Su idilio fue una larga sonrisa a cuatro labios…
En el regazo cálido de rubia primavera
amáronse talmente que entre sus dedos sabios
palpitó la divina forma de la quimera.
En los palacios fúlgidos de las tardes en calma
hablábanse un lenguaje sentido como un lloro,
y se besaban hondo hasta morderse el alma!…
Las horas deshojáronse como flores de oro,
y el destino interpuso sus dos manos heladas…
¡Ah! los cuerpos cedieron, más las almas trenzadas
son el más intrincado nudo que nunca fue…
En lucha con sus locos enredos sobrehumanos
las furias de la vida se rompieron las manos
y fatigó sus dedos supremos Ananké.