(Arroyo del Rey, 1952)
Ella vino hasta aquí, a este puente tendido
entre las márgenes de un río sin caudal, sobre un lecho de rocas,
buscando los brazos fieles, ellos sí, de la tierra.
En el borde dejó sus zapatos cansados
y unos renglones torpes en un triste papel:
palabras puras, evidencia sombría
de que el amor es flecha
feliz y luminosa, mientras dura en el aire,
suspensa por el soplo ligero del deseo.
Pero roedor tormento cuando, muerto su impulso,
acaba por clavarse en el centro más vivo.
Cual memoria de piedra
el puente sigue erguido,
pero algo más que las rocosas márgenes
de un río sin caudal separa y une.
Una orilla de vida, otra de muerte
se entrelazan en él; al fondo rocas,
duro lecho de rocas, olvido a un desengaño,
contra el que una mujer cae, invisible,
desde lo alto
del amor.