Desde las márgenes del negro al blanco,
desde el aire a la tierra,
con qué vestidura sigilosa, con qué dureza
ruedas por un manto de porosidades,
azar, entretejida estrella, dardo solar,
lengua de luz huidiza
hacia las letras claras del vacío.
Poemas de Alejandro Duque Amusco
Si la aridez es la caída, la belleza está en ella.
Habita entre tinieblas un lugar escondido
y en lo profundo duerme
como el oro en la ciénaga.
Si la aridez engendra, monstruo de mil cabezas,
la herida de lo hermoso,
danzando sobre esta luz de pesadilla
las palabras se ceban de despojos.
Como una extraña rosa
del desierto
árida y fría,
los años ya vividos.
Más fluida y ligera
la muerte cada vez
-graciosa perla
al fondo del estanque,
… y alargamos la mano.
Ahora
que he visto
y he tocado,
en medio del invierno,
la llaga
devorante,
el festín de la muerte,
no me pidáis
metáforas de luz.
Madrid, ciudad de amor,
rosa de sangre.
Brot und Wein
F. Hölderlin
Mientras fue seguro el sol
por lo más alto, en mis días de niño,
lo fuisteis todo para mí, serenas potestades,
resplandor y creencia, los mensajeros
de la divinidad invadiendo mis juegos.
Crece
la marejada negra
del olvido. Sus aguas
llevan del ayer
al nunca.
El nunca
es el lugar
más habitado.
(Arroyo del Rey, 1952)
Ella vino hasta aquí, a este puente tendido
entre las márgenes de un río sin caudal, sobre un lecho de rocas,
buscando los brazos fieles, ellos sí, de la tierra.
En el borde dejó sus zapatos cansados
y unos renglones torpes en un triste papel:
palabras puras, evidencia sombría
de que el amor es flecha
feliz y luminosa, mientras dura en el aire,
suspensa por el soplo ligero del deseo.
¿Cuántas veces morimos? ¿Cuántas veces,
desde que caímos
del precipicio de la eternidad,
hemos muerto? Muerte tierna y florida
fue nacer, ser engendrados
por el tiempo. Como una exhalación
entramos a otra muerte, dulce y punzante,
con el primer amor, nunca olvidado.
La madrugada llega como una barca de luz
a la deriva. Emerge la ciudad
de entre los restos negros de la noche.
El rostro fatigado por la vigilia, la lectura, el pálido insomnio.
Los ojos, que han hurgado dentro del vacío y las palabras,
vagan sobre la mesa, la lámpara, los estantes borrados por la débil penumbra,
el ventanal -sus cristales empañados
por la respiración y la noche…
La calle empieza a ser
un inquietante laberinto móvil,
como lenta serpiente se retuerce bajo el brillo metálico
de las farolas.
He visto la luz,
su aullido blanco en la mañana,
la ternura de la noche revestida
de fatuos centelleos,
he visto
el mar con su rizada lengua
y la boscosa tarde a punto de enmudecer
en un invierno embravecido.
Todo lo que el corazón calla nos conduce a la muerte.
Todo lo que la vida calla, con sus lumbres despiertas,
es asombro y silencio
para la muerte. ¿Pues qué es la muerte
sino la gran perplejidad, la insólita
extrañeza, al filo mismo de lo real?
(Tumba de Il tuffatore, Paestum)
Una tumba, una lápida fúnebre
y en ella, como perro guardián cerca del amo,
el dibujo de un joven lanzándose
al vacío ?finas
hebras del aire.
Espirales.
Columnas.
Un mar lo acoge.
En el principio Dios creó el infierno.
Y dijo luego
hágase la luz y apuntaron los primeros
rayos del sufrimiento.
Separó en días sucesivos los cielos
de la tierra, la tierra del océano,
los cimientos
que amorosamente prietos
estaban en uno, y multiplicó la vida en los reinos
del aire y sobre la tierra y bajo el crespo
manto del océano
en torturantes e infinitos cuerpos.
A estas alcobas de velada luz y lechos clandestinos,
de la mañana hasta la demacrada madrugada
las parejas acuden.
Imantados de su desnudo hermoso
los cuerpos ruedan, se suceden
entre rojos muarés y tabiques de espejos que regalan miradas, roces, formas.
Aquello que llamamos realidad
es simplemente el edificio gótico
de una Idea caída
sobre la piel delgada del espacio.
Una ilusión
que nunca será nuestra,
por ella nos perdemos
entre alamedas de fértiles engaños
o celajes que trazan al azar
el mundo real, el mundo imaginario:
nombres, rostros, figuras,
fechas, ciudades, años y paisajes
de sombra.
Desciende de la mañana abierta
un ala gritadora.
Los manzanos
maduran
los zumos ácidos del sol.
Al mediodía, los animales
corren inquietos.
Rumores y latidos.
Oíd la profunda respiración
de la tierra.
Viene de más allá,
del otro lado de la luz,
como oleaje
entre sueños.
A esta líquida luz de las vidrieras
la sala de lectura, evanescente, va ensanchando el vacío,
crujen los anaqueles con los grandes tomos
donde otros, antes que tú, dieron a la penumbra
el oro quebradizo de sus sueños.
Gira el vacío y corre un viento ácido
por entre los pupitres -ataúdes dormidos- y los rostros borrosos
de quienes leen, olvidados de todo, en el borde del mundo.
Selvas oscuras, fieras alimañas.
Dante, con firme compañía, siguió un camino
que es ascensión y meta de amor y sufrimiento,
hasta el vergel de verdores agudos
donde es suave el mirar, la luz no engaña,
y una Rosa
es el Ojo inmortal del universo.
Luna, llamada violenta
de la luz, sima del cielo,
desde esta quietud de noche plena
la vida reposa en lejanías.
¿Quién no se siente fuente estremecida
por la pleamar helada de los astros?
Arrebatados, en silencio, oímos
fluir esta bullente geometría:
la noche boga
por los ríos de luz,
y aún aceptamos otras leyes
que son las floraciones de la muerte.
Sueños de la niñez. Los brazos del gigante de la barba de plata
me llevaban al país de la innombrable noche
donde las banderolas de sueño se agitaban sobre los ojos extasiados,
y pasaban los pájaros del color de la luna.
Los días se tejían con fábulas de sueños.
Desconsuelo es
mi nombre.
No me llaméis,
dejadme.
(Barre el vacío
un lecho
de hojarasca.)
Siento
alejarse los jardines
colgantes
del amor.
Celada hermosa,
detrás de cuya estela
se me fueron
los ojos deslumbrados;
viví para ahuyentar
la muerte y su cara empolvada
con tu gracia
de frágil danzarina.
Para esperarte
bajo la luna negra del deseo,
como sumiso amante,
por si acaso venías.
Ángel de hielo, obelisco mortal,
Azrael de los lienzos de bruma,
de los ojos voraces en la tiniebla ardiendo,
del tacto glacial sobre la carne,
y del suave licor del silencio, sobre todo del silencio,
con el que nos condenas, día a día,
a la tortura blanca del vacío.
En la gota de agua
parpadea
la aguja inmutable
del tiempo
y del no tiempo.
Como el hueso en la carne,
el sol está dentro de la gota suspensa.
Interior insolación del tiempo.
Haya cielo
o infierno, nadie
elige. Duerme tranquilo
el día
indiferente.
También
la puerta a la otra vida
te la abrirá el azar.