Aridez

Si la aridez es la caída, la belleza está en ella.
Habita entre tinieblas un lugar escondido
y en lo profundo duerme
como el oro en la ciénaga.
Si la aridez engendra, monstruo de mil cabezas,
la herida de lo hermoso,
danzando sobre esta luz de pesadilla
las palabras se ceban de despojos.

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El puente

(Arroyo del Rey, 1952)

Ella vino hasta aquí, a este puente tendido
entre las márgenes de un río sin caudal, sobre un lecho de rocas,
buscando los brazos fieles, ellos sí, de la tierra.
En el borde dejó sus zapatos cansados
y unos renglones torpes en un triste papel:
palabras puras, evidencia sombría
de que el amor es flecha
feliz y luminosa, mientras dura en el aire,
suspensa por el soplo ligero del deseo.

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En el último día

¿Cuántas veces morimos? ¿Cuántas veces,
desde que caímos
del precipicio de la eternidad,
hemos muerto? Muerte tierna y florida
fue nacer, ser engendrados
por el tiempo. Como una exhalación
entramos a otra muerte, dulce y punzante,
con el primer amor, nunca olvidado.

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En la rivera verde

La madrugada llega como una barca de luz
a la deriva. Emerge la ciudad
de entre los restos negros de la noche.
El rostro fatigado por la vigilia, la lectura, el pálido insomnio.
Los ojos, que han hurgado dentro del vacío y las palabras,
vagan sobre la mesa, la lámpara, los estantes borrados por la débil penumbra,
el ventanal -sus cristales empañados
por la respiración y la noche…
La calle empieza a ser
un inquietante laberinto móvil,
como lenta serpiente se retuerce bajo el brillo metálico
de las farolas.

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Génesis

En el principio Dios creó el infierno.
Y dijo luego
hágase la luz y apuntaron los primeros
rayos del sufrimiento.
Separó en días sucesivos los cielos
de la tierra, la tierra del océano,
los cimientos
que amorosamente prietos
estaban en uno, y multiplicó la vida en los reinos
del aire y sobre la tierra y bajo el crespo
manto del océano
en torturantes e infinitos cuerpos.

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La extraña realidad

Aquello que llamamos realidad
es simplemente el edificio gótico

de una Idea caída
sobre la piel delgada del espacio.

Una ilusión
que nunca será nuestra,

por ella nos perdemos
entre alamedas de fértiles engaños

o celajes que trazan al azar
el mundo real, el mundo imaginario:

nombres, rostros, figuras,
fechas, ciudades, años y paisajes

de sombra.

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Leyendo en la biblioteca

A esta líquida luz de las vidrieras
la sala de lectura, evanescente, va ensanchando el vacío,
crujen los anaqueles con los grandes tomos
donde otros, antes que tú, dieron a la penumbra
el oro quebradizo de sus sueños.
Gira el vacío y corre un viento ácido
por entre los pupitres -ataúdes dormidos- y los rostros borrosos
de quienes leen, olvidados de todo, en el borde del mundo.

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Noche de San Lorenzo

Luna, llamada violenta
de la luz, sima del cielo,

desde esta quietud de noche plena
la vida reposa en lejanías.

¿Quién no se siente fuente estremecida
por la pleamar helada de los astros?

Arrebatados, en silencio, oímos
fluir esta bullente geometría:

la noche boga
por los ríos de luz,

y aún aceptamos otras leyes
que son las floraciones de la muerte.

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Palabra

Celada hermosa,
detrás de cuya estela
se me fueron
los ojos deslumbrados;
viví para ahuyentar
la muerte y su cara empolvada
con tu gracia
de frágil danzarina.

Para esperarte
bajo la luna negra del deseo,
como sumiso amante,
por si acaso venías.

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Promaquia

Ángel de hielo, obelisco mortal,
Azrael de los lienzos de bruma,
de los ojos voraces en la tiniebla ardiendo,
del tacto glacial sobre la carne,
y del suave licor del silencio, sobre todo del silencio,
con el que nos condenas, día a día,
a la tortura blanca del vacío.

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