Con la incertidumbre contenida
en las manos
guardo en mi maleta
camisas de invierno, un par de vaqueros desgastados,
ropa interior, un cepillo, algo de mi miedo
a las distancias.
Una ciudad sin memoria
se dilatará ante mí, desconocida,
como un paisaje que nos abre caminos
que no evocan ni el beso ni el mar ni la caricia.
Tras el viaje, cansado,
una cama de hotel acoge mi cuerpo.
Al abrir mi maleta
observo en su interior
objetos que la distancia
parece haber impregnado
con el sudor de otro.