Me podéis borrar del Libro de Oro,
mis compatricios.
Hace tiempo que no pienso si el Turco sube o baja,
y mis buques están anclados en el muelle.
No me tienta ocultar mi calva
bajo la tiara de dogo.
Un cuerno y un ropaje largo no me preservarían
de los arañazos de tantos senadores.
Que otro celebre sus nupcias con el mar.
La boca de esa esposa es demasiado amarga.
Me prefiero soltero, libre de tal belleza,
que derriba cuando quiere y traiciona a sus hombres.
Tú, Fóscari; tú, Dándolo; tú, Loredano, me mirais
sin duda con el horror con que a un hermano perdido.
Quizá tengo sangre de algún Otelo ignorado,
y mi tono no es originario de Aquilea.
No me retratarán Bellini ni Tiziano;
oscuro moriré, pobre gallo olvidado.
Pero veo al mar royendo las piedras de Venecia,
y encuentro triste el carnaval de la vieja Serenísima.