No llegarás muy lejos,
le advertían. Mas él perseveraba,
año tras año,
golpe a golpe, y acaso algunos versos
para justificar su testarudez.
Ése no es el camino,
le dijeron. Pero él siguió adelante,
centímetro a centímetro,
creyendo en cada error que la paloma
ya no se equivocaba.
El tiempo, sin embargo,
raras veces perdona.
De modo que, un buen día,
determinó rendirse,
arrojando su espada y otros bártulos
a las plantas de la evidencia.
Reconoció su error, rasgó sus vestiduras
y expió, penitente, el descarrío.
De regreso, humillado, al redil,
vio que, por el camino, quienes le amonestaran
paseaban sus yerros en carros triunfales.