Era tu amor el único digno de tristeza.
Se me volvió una llaga perenne tu belleza.
Hoy, para no morir, miro el rostro profundo
de mi madre. Mis ojos sienten llorar el mundo.
Y agradezco a mi Dios el momento encantado
en que mi corazón trémulo te ha mirado.
Y agradezco a mi Dios que vivas, que respires
cerca de mi quebranto, aunque nunca me mires.
Pudo un banal amor encenderme las venas,
pero ellas en el cuerpo se volvieron cadenas.
Entregué mis estrellas hasta quedarme exhausto,
y aquella amada nunca comprendió mi holocausto.
Tú que estás inundada de cielo y eres clara,
como si eternamente el Cristo te mirara,
perfumaste mis siglos, tu claridad me diste.
Era este amor el único digno de hacerme triste.