En el sopor azul e hirviente de la siesta,
el jardín arde al sol. Huele a rosas quemadas.
La mar mece, entre inmóviles guirnaldas de floresta,
una diamantería de olas soleadas.
Cúpulas amarillas encienden a lo lejos,
en la ciudad atlántica, veladas fantasías;
saltan, ríen, titilan momentáneos reflejos
de azulejos, de bronces y de cristalerías.
El agua abre sus frescos abanicos de plata,
hasta el reposo verde de las calladas hojas,
y en el silencio solitario una fragata,
blanca y henchida, surje, entre las rocas rojas. ..