¿Te faltaba, Señor, alguna estrella
que colgar en el éter tachonado?
¿o un ángel que sentar en el sagrado
solio brillante donde el sol destella?
¿Me diste acaso una ilusión tan bella
para así destruirla despiadado?
¿o del hombre que gime desgraciado
no llega a tus oídos la querella?
Perdona mi blasfemia detestable;
arrepentido ya de mi torpeza
comprender tus misterios no ambiciono:
respeto tu justicia impenetrable,
y conozco que ese ángel de pureza
digno era sólo de tu excelso trono.