De nuevo metemos los dos las manos en el fuego,
tú, para el vino de la noche largamente embodegada,
yo, para la fuente de la mañana, que desconoce los lagares.
Aguarda el fuelle del maestro, en quien confiamos.
Al sentir el calor de la preocupación, el soplador se acerca.
Se va antes de que amanezca, viene antes de que llames, es viejo
como la penumbra en nuestras tenues cejas.
De nuevo, él prepara el plomo en caldera de lágrimas,
a ti, para un vaso -se trata de celebrar lo desaprovechado-,
a mí, para el pedazo lleno de humo -este se vacía sobre el fuego.
Así avanzo hasta ti y hago sonar las sombras.
Descubierto está quien ahora vacile,
descubierto, quien haya olvidado el dicho.
¡Tú no puedes ni quieres saberlo,
tú bebes del borde, donde está fresco,
y como antaño, bebes y permaneces sobrio,
a ti aún te crecen cejas, a ti aún te contemplan!
Pero yo ya aguardo el momento
en amor, a mí se me cae el pedazo
en el fuego, a mí se me convierte en el plomo
que era. Y detrás de la bala
estoy yo, tuerta, segura del blanco, delgada,
enviándola al encuentro de la mañana.