Nada más tengo que decir,
que vengan otros, si así quieren,
a pescar en esta agua turbia.
Yo he vuelto las espaldas al poniente.
Como una peonía de corola arrancada,
miro el árbol gigante con asombro:
Veo un hombre pender de cada rama.
Yo no hubiera querido -¡no!- combatir aquí.
Vosotros, insaciables de las guerras,
¡venid, gustad sus frutos!
Sobre el mapa, el Espíritu del Mal está inclinado,
mordido en las entrañas de una sed insaciable
de espacio y sangre joven.
«¡Venid!», aúlla, oscura, la boca del abismo.
Nada más tengo que decir.
Hierven charcos de agua corrompida,
a cada paso yace alguno,
alguno del levante o del poniente.
¡Oh, hermanos míos, en mi sangre
llora la historia de mi tiempo!