Entre perro y lobo de Olga Orozco

Me clausuran en mí.

Me dividen en dos.

Me engendran cada día en la paciencia

y en un negro organismo que ruge como el mar.

Me recortan después con las tijeras de la pesadilla

y caigo en este mundo con media sangre vuelta a cada

lado:

una cara labrada desde el fondo por los colmillos de la

furia a solas,

y otra que se disuelve entre la niebla de las grandes

manadas.

No consigo saber quién es el amo aquí.

Cambio bajo mi piel de perro a lobo.

Yo decreto la peste y atravieso con mis flancos en llamas

las planicies del porvenir y del pasado;

yo me tiendo a roer los huesecitos de tantos sueños

muertos entre celestes pastizales.

Mi reino está en mi sombra y va conmigo dondequiera

que vaya,

o se desploma en ruinas con las puertas abiertas a la

invasión del enemigo.

Cada noche desgarro a dentelladas todo lazo ceñido al

corazón,

y cada amanecer me encuentra con mi jaula de obediencia

en el lomo.

Si devoro a mi dios uso su rostro debajo de mi máscara,

y sin embargo sólo bebo en el abrevadero de los

hombres un aterciopelado veneno de piedad que raspa

en las entrañas.

He labrado el torneo en las dos tramas de la tapicería:

he ganado mi cetro de bestia en la intemperie,

y he otorgado también jirones de mansedumbre por trofeo.

Pero ¿quién vence en mí?

¿Quién defiende de mi bastión solitario en el desierto, la

sábana del sueño?

¿Y quién roe mis labios, despacito y a oscuras, desde

mis propios dientes?