La tarde a tu lado
era una pradera fantástica:
nacía la brisa en tu paso;
era el cielo tu inmensa mirada;
arrebol tu boca franjado de blanco,
y era un césped azul tu palabra.
Entre ti y el aire
mi amor era un manto.
Te llevaba en su urna diamante
mi sueño más cándido;
los inmóviles besos rozaban
apenas tu sien y tus manos.
Sumisa la sangre,
oculta en sus ánforas,
tersa, leve, radiante
reflejaba sólo tu sonrisa plácida,
o se hacía una rosa gigante
cuando te rozaba.
A tu vera, todo,
silenciosamente, tornábase alma.
Ahora la tarde sin brisa en tus pasos;
tu boca y tus ojos distantes;
de tu voz el arrullo, lejano;
ahora la tarde
se envuelve en la bruma que todo lo invade…
Y la sangre es bahía convulsa
si a lo lejos te mira pasar.
Tiéndeme tus manos,
rosas de las tardes
que no volverán.