«Ya perdieron su arrullo los ocasos
y los abismos florecieron huesos».
Matilde Espinosa
A qué llevar hacia el azul los pasos;
a qué nombrar las cosas dulcemente,
si para la penumbra confidente
«ya perdieron su arrullo los ocasos».
«Ya perdieron su arrullo los ocasos
y los abismos florecieron huesos».
Matilde Espinosa
A qué llevar hacia el azul los pasos;
a qué nombrar las cosas dulcemente,
si para la penumbra confidente
«ya perdieron su arrullo los ocasos».
Una flor no ha traído jamás la primavera
digna de la embrujada noche de tu cabello
y que en blanda agonía, cercana de tu cuello
bajo el tibio perfume de tu aliento muriera.
Ni seda se ha tejido por mágica hilandera,
ni tul, ni encaje dignos de velar el destello
de tus brazos, tus hombros, tu flanco donde el sello
de su gracia dejaron la diosa y la quimera.
La tarde como valle macilento
y en ella tú la sonrosada nube;
bruma este amor calladamente sube
del claro río de mi pensamiento.
A tus manos desciende el firmamento
y de tus venas el color asume,
y se duermen la zarza y el perfume
de tu sonrisa al tenue movimiento.
Sereno el esplendor de nuestro júbilo
en la urdimbre de oros vesperales;
lino tus manos, sedas el murmullo
de la canción y la ternura errantes.
Callada melodía del coloquio…
Mi corazón, nostálgico velamen;
tu corazón, velero migratorio,
mecidos al arrullo del instante.
Bellas, airosas, pálidas, altivas
como tú misma otras mujeres veo;
son reinas victoriosas; su trofeo
es una multitud de almas cautivas.
Su blancura de mármol, sus flexivas
formas, sus ojos, flechan el deseo…
Yo, indiferente y sin afán las veo
bellas, airosas, cálidas, altivas.
Azul como el delirio, azul como la hora
en que cruza tu sombra mi fiebre desvelada;
azul como el más bello cuento de Scherezada,
azul como la noche de una leyenda mora.
Azul como la llama convulsa que devora
la mirra alucinante de la orgía sagrada,
parece que de todo lo azul fuese formada
la veste que te ciñe sensual y triunfadora.
La tarde a tu lado
era una pradera fantástica:
nacía la brisa en tu paso;
era el cielo tu inmensa mirada;
arrebol tu boca franjado de blanco,
y era un césped azul tu palabra.
Entre ti y el aire
mi amor era un manto.
Leilah: de tu esplendor rezuma un vino
que es en mis venas sosegado fuego
y arrobada embriaguez cuando te aspiro.
Leilah: con el estío de tu risa
se madura la mies de los deseos
para soñar tu cándida vendimia.
Roja dulzura, flor de miel y fuego,
sapiencia al rojo-blanco de tu boca;
lámpara alimentada con la loca
combustión de mi sangre y de tu ruego.
Fulva ensenada a cuyo fondo ciego
se lanza nuestro ser desde la roca
del sueño trunco… porque en vano invoca
piedad celeste o terrenal sosiego.
Mi pensamiento es la suspensa forma
de tu presencia;
mi corazón, la forma palpitante.
Como bridones blancos,
mis sentidos galopan en la tierra
de tus cinco hermosuras con el carro.
La voz te anuncia
con dorados rumores germinales
lo mismo que los astros y las frutas.
-¿En qué fondo de sueño vi tu gloria ?
-¿A qué prodigio tu poder me encumbra,
oh mansión ilusoria,
alto amor que traspasas la memoria,
llama sin leño, sol de mi penumbra?
Sin saber en qué ayer, en qué ribera,
en qué antro, en qué valle o en qué nube
se abrió tu primavera;
sin descubrir jamás dónde te hube,
alto amor, claro amor, haz que yo muera.
«Para cumplir imaginaria cita »
he de escribir en lágrimas.
Talvez los lentos monosílabos
cálidamente, mudamente digan
lo que ayer no supieron las palabras.
Temblorosa, desnuda,
el alma iba al cuenco de tus manos
pidiendo el pan de la ternura
y el sorbo de una diáfana alegría.
Ella está allí, de pie, sobre mis párpados
desplegada la noche de su pelo;
Ella tiene la forma de mis manos ;
Ella tiene el color de mi desvelo.
Y se sume en la huella de mis pasos
lo mismo que una piedra contra el cielo.
No es el lirio de nieve, no es el pálido lirio
el que refleja dulcemente en mi, su blancura:
en el gélido cáliz de su belleza pura
jamás pudo brindarme ni la paz ni el delirio.
Ni la dulce azucena de cándida clausura
bajo el azul erguida como trémulo cirio:
el sol que la desflora con radiante martirio
dice que su virtud no es par de su hermosura.
Te llevo toda en mí, forma y sustancia
susurrante dulzor, roce de sueño,
susurrante dulzor, roce de sueño,
hálito floreal de tu distancia.
Abre el día en tu cálido diseño
y la noche en tu nómade fragancia
te llevo toda en mí, roja fragancia
del propio corazón trocado en leño.
Malignas obsidianas, cábalas siblinas,
pupilas de tormenta: sois el raudo aletazo
de dos cuervos cautivos en el sedeño lazo
tendido en las pestañas vibrátiles, endrinas.
Zafiros extasiados, plegarias matutinas,
pupilas de pureza: sois el místico vaso
de ensoñador absintio que en su glauco regazo
deslíe cabelleras de náyades y ondinas.
Encanto impresentido de tus plantas desnudas.
Ni de tus labios ante los cárdenos arcanos,
ni ante el pálido y leve prodigio de tus manos
el alma elevó tantas adoraciones mudas.
Son plintos marfileños donde apaga lejanos
resplandores la sangre; donde quiebra las rudas
avideces que arroja como flechas agudas,
la carne visionaria de los sueños paganos.
Hay un fuego que anima todo lo inviolado.
Guillermo Valencia
Mía sólo en el don de su presencia,
con sus manos sedeñas y sedantes,
con sus ojos -berilos fascinantes–
y sus silencios -cálida cadencia-.
En ti mi soledad y este silencio,
prisionera tormenta de ternura,
vibrante y pura soledad de amor.
Soledad matinal, dorado golfo
donde recién nacidos pensamientos
abandonan el fondo
como róseo desfile de moluscos.
Una huella en la playa de los sueños,
la de tus pasos blandos y nocturnos…
La luz el vuelo emprende
y el remanso se ahonda
con ansia renaciente
de tu rumor insomne y de tu sombra.
Des fauves souvenirs
flambent dans tes prunelles
Lean Deubel
Duérme: será dulce tu sueño
igual que sombra de flabelos
perfumada y mullida bajo un árbol,
en tanto que la luna de los parques
alumbra en lloro tenue
las vigilias inmóviles del mármol.
Te invoco suavemente como si te besara
-suavidad indeleble de tus lejanos besos
soñados dulcemente bajo la tarde clara-
los labios en los labios serenamente impresos.
Un corporal efluvio -como si te estrechara-
llega en la suspirante brisa de los cerezos;
se encienden los luceros en tu huella preclara…
La hora es como una bandada de regresos.
Fue en el palacio de cristal de un sueño
dulcemente febril, plácida orgía…
Un reír y una voz, la melodía;
y en un regazo mi cojín sedeño.
El mudo esclavo ya no fuí; su dueño
con ebrIedad morosa me sentía.