Detrás de esta puerta vivo,
pero no sé
si puedo llamarla vida.
Cuando vuelvo, al atardecer,
de mi diario odio contra el pan
(¿no sabías que tengo
la inmensa suerte de venderme
a trozos por una moneda
que llega ya a valer
mucho menos que nada?),
me quito un viejo abrigo, la esperanza,
y me adentro por los caminos de mis ojos,
por el vacío espanto donde siento,
más allá, a mi Dios,
más allá siempre, más allá de los falsos
profetas y de extrañas culpas
y de este viejo necio enfermo de los versos
disciplinados, como éstos, con pintas
de oscuras marcas que el afán de los críticos
un día aclarará para vergüenza mía.
Sí, puedes encontrarme, si te atreves,
detrás de la glacial nada de esta
puerta, aquí, en donde vivo y siento
esta añoranza y el grito de Dios y soy,
con los nocturnos pájaros de mi soledad,
un hombre ya sin sueños en mi soledad.