Falta, en el desorden,
una palabra.
Falta una voz, y otra, y otra más,
en el valle de la muerte,
en la estación de los sofocos
rezumados por el fuego y la sombra.
Una palabra que no brote de atarjeas,
sino silencio que habla, vibrante.
Silencio sonoro que toque cuerpos
con su luz.
Que despeje el hedor de los escombros
y devuelva al valle su fuerza y su alegría,
sin ultrajes.
Falta una palabra.
Y falta una voz, y otra, y muchas más.