Amigas mías
Hay una especie de hombre que no les recomiendo.
Es el hombre que ama a una cabeza
y las propiedades que la caracterizan.
Hay uno
que sólo quiere oirme hablar verme mirar
escuchar cómo escucho
comprobar cómo pienso
mientras mi cabeza completa
con rulos cerebelo y pestañas
con ideas deseos y orejas
luce como un adorno encima de la mesa.
Mirándome a los ojos con ternura
repite día a día
que le hace tanto bien charlar conmigo.
En vano mis tobillos le hacen señas
mientras mis manos intentan algún pequeño roce
o algo nerviosas gesticulan un rápido lenguaje de emergencia
en el que trato de explicarle que estos son otros tiempos
que el antiguo combate entre cuerpos y almas no existe
y no me agrada el rol del Bautista
decapitado en la bandeja:
que debajo de la mesa una segura y cálida prolongación de mi cabeza
es
a la vez
una segura y cálida promesa de bienestar a su cabeza.
Él
Para hacer igualitaria la cosa y porque es considerado
digamos
una persona noble
sólo se permite responder con su cabeza completa
en la que descuento conviven labios neuronas y anhelos
ojos sienes recuerdos y conceptos.
Su voz
acostumbrada a las bellas palabras
me explica que no puede con las culpas
y declara su amor a mi cabeza
pero esconde
celosísima
las líneas de su cuerpo
a los temblores animales del mío
fatalmente impaciente debajo de la mesa.
Como soy obstinada
(mi cabeza lo es)
intento atacarlo por sorpresa
pero es irreductible
su moral es de hierro
entonces pienso
en la seda caliente de mis suaves rincones
y lo odio.
Así ocurre
finalmente
que para darle el gusto y porque me conmueve
su actitud de niño dibujando una casa
yo
me quedo
muy quieta
y cuando ya se ha ido
suelo sacar la lengua.
No puedo ocultarles que planeo venganzas.
Deberán ser acordes a una flor azteca.
Por ejemplo
que un día
cuando él crezca y me busque completa
no encuentre nada debajo de la mesa.