26 de Marzo, 2003, 6.00am
Londres, séptimo día de la guerra.
Para el osito Sebastian
Dos hombres
vestidos de amarillo
sin pecho y con medallas le dispararon
en el aire estalló hecho pedazos.
Lo había escondido dentro de una maceta, debajo de una planta de menta
pero le capturaron en el patio de casa
cayó despedazado.
En la vereda de enfrente tres niños nos miraban
mi abuelo, mi padre, mi marido, y ninguno hizo nada
pero mi suegro lloró
cuando mi osito murió descuartizado.
En mi jardín es primavera y el rosal está cubierto de hojitas
que transpiran sangre y petróleo iraquí. En mi cama hay velorio
porque a mi teddy bear ayer lo destriparon
Dos hombres con uniforme
lo habían violado
en Chile en un estadio
antes de que un cónsul argentino le rescatara:
cruz, familia y partido lo decretaron
inservible, y murió repudiado.
En la plaza de Castelli en Buenos Aires se columpiaba
cuando dos metralletas se le acercaron. Ni protestó siquiera
pues ya del miedo y para entonces
había perdido el habla. Partió para Europa con asiento pagado
aterrizando en Río y en Madrid, ya refugiado
cuando con balas verdes en Londres lo perforaron.
Tenía mi osito chileno lana de oveja mapuche y ya la trompa toda
desarmada de besos, sombrero de payaso y una bufanda celeste y blanca,
tejida por mis manos
para salvarlo de las nieves de Glasgow.
Pero era todo aserrín cuando estalló en pedazos.
Guerras de golpes, golpes de guerras: ya por fin ′liberado′
su sonrisa se escondió en el sol cuando le apuntaron
y con su amor calienta
esta mañana.
Pero al sol: ¿nunca irán a matarlo?