¡Qué bien se hace contigo, vida mía!
Muchas mujeres lo hacen bien
pero ninguna como tú.
La Sulanita, en la gloria,
se asoma a verte hacerlo.
Y yo le digo que no,
que nos deje, que ya lo escribiré.
¡Qué bien se hace contigo, vida mía!
Muchas mujeres lo hacen bien
pero ninguna como tú.
La Sulanita, en la gloria,
se asoma a verte hacerlo.
Y yo le digo que no,
que nos deje, que ya lo escribiré.
Navegar,
navegar.
Ir es encontrar.
Todo ha nacido a ver.
Todo está por llegar.
Todo está por romper
a cantar.
No soy el viento ni la vela
sino el timón que vela.
No soy el agua ni el timón
sino el que canta esta canción.
No soy la voz ni la garganta
sono lo que se canta.
No sé quien soy ni lo que digo
pero voy y te sigo.
A punto de morir,
vuelvo para decirte no sé qué
de las horas felices.
Contra la corriente.
No sé si lucho para no alejarme
de la conversación en tus orillas
o para restregarme en el placer
de ir y venir del fin del mundo.
Yo soltaba los galgos del viento para hablarte.
A machetazo limpio, abrí paso al poema.
Te busqué en los castillos a donde sube el alma,
por todas las estancias de tu reino interior,
afuera de los sueños, en los bosques, dormida,
o tal vez capturada por las ninfas del río,
tras los espejos de agua, celosos cancerberos,
para hacerme dudar si te amaba o me amaba.
¡Qué extraño es lo mismo!
Descubrir lo mismo.
Llegar a lo mismo.
¡Cielos de lo mismo!
Perderse en lo mismo.
Encontrarse en lo mismo.
¡Oh, mismo inagotable!
Danos siempre lo mismo.
Mi amada es una tierra agradecida.
Jamás se pierde lo que en ella se siembra.
Toda fe puesta en ella fructifica.
Aun la menor palabra en ella da su fruto.
Todo en ella se cumple, todo llega al verano.
Cargada está de dádivas, pródiga
y en sazón.
Así surges del agua,
blanquísima,
y tus largos cabellos son del mar todavía,
y los vientos te empujan, las olas te conducen,
como el amanecer, por olas, serenísima.
Así llegas helada como el amanecer.
Así la dicha abriga como un manto.
Manantiales del agua
ya perenne, profunda vida
abierta en tus ojos.
Convive en ti la tierra
Poblada, su verdad
numerosa y sencilla.
Abre su plenitud
callada, su misterio,
la fábula del mundo.
Hallan su vocación
del Huerto, su quehacer,
manos contemplativas.
Una tarde con árboles,
callada y encendida.
Las cosas su silencio
llevan como su esquila.
Tienen sombra: la aceptan.
Tienen nombre: lo olvidan.
Me empiezan a desbordar los acontecimientos
(quizá es eso)
y necesito tiempo para reflexionar
(quizá es eso).
Se ha desplomado el mundo.
Toca el Apocalipsis.
Suena el despertador.
Los muertos salen de sus tumbas,
mas yo prefiero estar muerto.