Hoy he visto a la muerte.
Caminaba hacia mí, e iba avanzando
con el paso impasible
de los que nada tienen que perder.
Vestía unos blue-jeans y camiseta
y calzaba playeras italianas.
Tras las gafas oscuras de diseño
se adivinaban frías sus pupilas,
una pantalla acaso de ordenador leyendo
los nombres elegidos, por riguroso turno,
con esa precisión matemática
con que suelen matar las mujeres hermosas.
Iba, en fin, acercándose, y yo palidecía,
y el corazón saltaba detrás de la camisa,
presagiando el final.
Casi a mi altura,
me miró,
la miré;
no ocurrió nada.
Aquella aparición pasó despacio,
dejando tras de sí una estela de pétalos
y unas ganas terribles de morir.