Entre la sombra del dolor me hostigo
sin que una luz ante mis ojos radie,
y bostezando mi existir maldigo
sin creer en nada, sin amor a nadie.
Para mí la esperanza está perdida,
nada me importa mi futura suerte,
ni tiene objeto mi cansada vida,
que al conizón se anticipó la muerte.
Desde que al mundo vine, desgraciado
un Góigota infernal he recorrido;
y no hay tormento para mí ignorado,
que todos los tormentos he sufrido.
Mis horas de penar son infinitas,
horas que el alma de ponzoña llenan,
horas de mi expiación, ¡horas malditas!
en el reloj de los infiernos suenan,
A nadie importa mi dolor eterno,
y vago triste, descreído, aislado,
como vaga en los antros del infierno
el ¡ayl desgarrador del condenado.
A los hombres fastidio y me fastidian,
que ruines los hombres me parecen:
en la miseria estoy, y así me envidian:
desgraciado me ven, y me aborrecen.
Los hombres me desdeñan, y por eso
alzo orgulloso mi estigmada frente,
que soy un Job con ambición de Creso,
un reptil con instintos de serpiente.
También encuentro ponzoñoso gusto
al mirar otro ser desventurado;
porque así el corazón se vuelve injusto
luego que el corazón es desgraciado.
Ser de fastidio y de ponzoña lleno,
tengo de ira el corazón beodo:
¿qué extraño es que se convierta en cieno
una entraña, que Dios formó de lodo?
Era mi corazón cáliz de llanto,
del mundo en el vaivén quedó vacío,
y aunque me hace reír el desencanto,
me duele el corazón cuando me río.
Esconde el corazón su mal profundo
y ya no busca el corazón consuelo,
que un desgraciado más no importa al mundo,
ni un réprobo de más importa al cielo.
Y marcho, y la desgracia va delante
marcándome la ruta que yo sigo:
¡pobre de mí, cantor extravagante,
mezcla vil de filósofo y mendigo!
Ya no lloro perdidas ilusiones,
ni el temor me desvela, ni el deseo,
ni me importan las negras decepciones,
ni espero porvenir, ni en nada creo:
que fue la gloria mi ilusión un día
y mi alma era como fuego ardiente;
y por eso, convulso, en mi agonía
soñé con un laurel para mi frente.
Indiferente a todo, ya no quiero
ni la gloria que audaz busqué anhelante;
porque forma la gloria del coplero
un sambenito de oropel brillante.
Recoge espinas, y prodiga flores,
porque el coplero en la mundana feria
vive atado con cintas de colores
a la picota vil de la miseria.
Hoy que las penas sin gemir soporto,
hoy que no sueño cual soñaba necio,
nada me importa ya, ni a nadie importo,
y hasta la gloria que adoré, desprecio.
Porque la gloria que desvela al hombre
es una necedad abrillantada:
¿de qué le sirve perpetuar su nombre?…
no quiero gloria ya, ni quiero nada.
¿Conqué seré feliz? —Nada hay bastante
para darme esa dicha que yo anhelo,
que siempre encuentra mi ambición gigante
pequeño el mundo y aplastado el cielo.
Nada tengo, ni nada necesito,
ni corro ya tras locas ilusiones,
que en las zarzas de un Gólgota maldito
dejé de mis creencias los girones.
¡Ilusiones!… ¡Amor!… Fue necesario
que marchaseis al fin; pero no os siento,
lentejuelas pegadas al sudario,
pedazos de oropel que barre el viento.
No más soñar: fantasmas de colores,
idos, idos de aquí, quiero el olvido;
porque es risible coronar de flores
un ridículo cráneo encanecido.
Gastado el corazón, herida el alma,
llegué por fin de la vejez al puerto;
voy a dormir en perezosa calma:
¡adiós, edad, en que soñé despierto!