Surca el itinerario de la espuma
mi terco corazón desbrujulado;
un esquivo temblor sus velas suma
al luminoso aroma congregado.
Mi acento entre que calla y que te nombra
va alertando al follaje sobre el vado.
Timon el confidente de la sombra,
la luna pensativa me acompaña:
su rojiza preñez mi pulso asombra.
Cambia una nube su perfil, empaña
la túnica radiante de la aurora
y tu caricia con mi sed se ensaña.
En el eco de la musitadora
respiración del monte que nos mira
celebro tu llamada portadora
de un cierto olor en celo que me inspira
a descorrer mis velos, jubilosa.
La garganta de un pájaro delira
despertando el deseo que me acosa;
un jaguar señorea en su guarida,
y late entre sus dientes una rosa.
Cumple la selva el rito de la vida,
acuchillan el agua los reflejos,
y oriunda de la brasa, estremecida,
comparece mi voz ante su espejo.
Recibe arrebatada mi panera
la miga de tus besos. Hay un dejo
de diosa primeriza, de altanera
urgencia de morir en tu debajo,
libertada y, al punto, prisionera.
Abdiqué del silencio y del atajo:
una fosforescencia victoriosa
empieza a germinarme desde abajo.
Fallece en la ribera la gloriosa
marejada fugaz entre burbujas:
yo te aguardo en su sábana arenosa.
El rumor de la fronda desdibuja
leves palabras de confesionario
que el mástil de tu ardor vence y estruja.
Hay un doble gemido solitario,
la llamarada que el temblor atiza,
el empuje genésico, lunario,
del instante que clama y se eterniza.