Hay racimos de soledad en tus manos, desposesiones más antiguas
que la sangre.
Huyen los años de tus ojos como bandadas de cometas por las plazas maduras.
(Sólo quedan los bueyes rumiando su tristeza.)
Has conocido, entre gavillas de silencio, el sabor amarillo de mis pasos,
el humo indescifrable de las brasas sin tiempo.
Nunca mi lejanía se amasó con barro, pero puse en tu boca las yemas más
quemadas y los besos más lentos. Nunca mi lejanía se espesó hasta tu cuerpo.
Como una fuente vieja, azul desde su olvido, arrinconaste el miedo
en arcas inviolables.
Ni siquiera el dolor estalla entre tus labios. Ni siquiera la antigua,
la salada tristeza de mis besos.