Helada voz de Gustavo Ossorio

Que vengan esos primeros sueños,
Que vengan con su quemante copa de voces,
No los recordaré
Porque mi cara es otra, y ya no hablo.

Entre tantos afanes,
He deseado que lleguen;
Que llegue, porque sólo es uno.
Y quizás vaya conmigo,
Con su vida fija pegada a mi cuerpo
Como una piel transparente.
Pero ya no lo conozco:
He estado solo, cavando en mi arcilla.
Sale el habitante con su libro de horas
Y se va por entre las cosas,
Con una figura inanimada.
¿Recuerdo, recuerdo todo?
En la noche que brota de la respiración,
Besando el camino pegado a los muros transfigurados.
Todo es distinto.
Desesperado, me maldigo
Porque nadie pasa por mi lado,
Y el fuego se hiela entre los ciegos sonrientes.

¡Ay, cómo volver a poseerte, fuego obscuro
Que yo sabía hallar!
¡Cómo rodear de nuevo la tiniebla, sin tocarla,
Hasta caer en el confuso patio
LLENO DE SANGRE!

¿Será preciso decir alguna verdad siniestra?
Yo no puedo, mientras mis días sean sutiles
Como un espacio de esperas.
No puedo, porque me preocupa la santidad
Y acumulo méritos para seguir muriendo.
No puedo,
Porque las piedras de mi casa crecen cada noche
Y ya no sé dónde estoy.

Pero ¿para qué seguiré escondiendo la visión
A todos los ojos?
Ella se adelanta a mi voz
Y dice a todos mi nombre.

A todos calienta con su mano encendida
Y en el día escandaloso,
En el corro de las presencias enemigas
Me denuncia y me abandona.

¡Qué falso brillo se junta en la bajada!
¡Qué ambiguo ser atraviesa por nuestra imagen
Para apagar el último cirio!

Los sueños hechos por ajenos dedos,
Y la puerta que de pronto se abre
Para dar paso al agua,
Y el atardecer ancho y fijo como sordo tatuaje,
Todo esto es lo que va a quedar sobre mí
Cuando desde el pozo profundo
Sólo vea una luna terrible
Y nadie oiga mis gritos.