Perder placer es triste
Luis Cernuda
Cuando estoy en su casa duermo solo.
No me he atrevido nunca a afrontar el pasillo
que velan los ronquidos frágiles de sus padres.
A veces, en la noche,
noto el hueco invisible que no ocupamos juntos.
Y entonces pienso siempre en el amor
que no hicimos en días
de intimidad pospuesta y acaso sin saberlo.
No en las húmedas noches ni en los prados borrosos
de calor ni en las playas soleadas:
en el vagón sin ella y en las tardes de clases
y en los libros leídos y olvidados
y en las peleas tontas y en esas dos semanas
de necia calentura hasta que dijo sí.
Ah, las aguas paradas, el corazón inquieto.
Perder placer es triste y el deseo
irremplazable muere a cada instante
en un mundo de amantes silenciosos.
Pero por la mañana,
cuando se van sus padres -vermú dominical-,
ella viene a mi cama, soñolienta y desnuda.
Su ternura que es próspera llena un hueco en el mundo
y deja al corazón sin argumentos.