Sé que en el fondo debo cantar,
debería vitorear: el avellano
está brotando, el cerezo florece,
y el melocotonero y el ciruelo; la primavera
llega, temprana e impetuosa, todo florece a un tiempo.
Todo florece y brilla el sol.
Alarmado lo veo. Tanto esfuerzo
gatea por mis pensamientos y
mi esperanza. Bajo el esfuerzo
se refugia la tristeza. De pronto somos
la vieja generación, setenta y más.
No me abandona la idea de que hayan pasado ya.
¿Han pasado? Por excepcional que sea,
la duda que de otra suerte te mina
viene a consolarte. Todavía no ha
pasado. Aún el sol brilla, veo
el avellano con hojas, el cerezo en flor.
¿Pasado? Todavía no, vivo aún con tristeza.
¿Piensas? Vivo bastante a menudo con gusto.
Lo que es una lástima, me canso rápidamente y puedo
soportar más sol en mi frío cuerpo.
Arrugas y espaldas encorvadas de los otros
no son consuelo. Y dime ahora, ¿de dónde
saco mi gozo entonces?
La verdadera alegría se encuentra en la estructuración
del pensamiento. Eres estructura
de células hechas de miles
de millones de partículas, las mismas que el avellano,
y el cerezo y el sol. Así son las cosas.
Lo demás es cantar. Lo demás es luz.