Cae sobre ti la mirada
de las cosas, te busca, te señala,
espía cada uno de tus gestos
con nítida pupila agazapada,
tapiz de ojos
tras el follaje de las sombras,
noche ocelada en cada esquina
con un rumor de pasos a la espera;
como la luz que siluetea el muro
su curiosidad forma
el hueco de tu cuerpo,
el hueco donde yaces con tu cuerpo.
Muralla de quietud son los objetos
mientras bajas al fondo de ti mismo:
¿huyes o eres aún su prisionero?
El sillón es un claro en mitad de la sala.
Tras el cristal relumbra una farola
y su chorro de luz moja la alfombra,
se encharca a los pies de la estantería.
Parados como búhos,
los cuadros enmudecen si los miras.
¿Quién va?
Pasas la noche
anclado en la deriva de tu sangre,
atento al hilo de una mente
que al descubrirse se devora,
y amaneces en otra noche
de embozos y contornos,
de muda opacidad paciente
que no te suelta,
que conoce tus gestos uno a uno
pues acompasó su latido al tuyo.
Centro de un cerco de miradas
que te pretenden fruto de su luz,
cumples, tal vez, con tu más fiel deseo:
tú, que sólo querías no ser tú.