Ahora

Ahora que las últimas cohortes
incendiaron las últimas praderas,
en esta soledad de mármol roto,
de lámparas extintas y de palabras yertas;
sobre un polvo que fue trubuna o plinto,
corona de palacio o tímpano de iglesia;
mientras el odio se organiza
para un asedio más, en la tormenta,
contra el pavor de un reino devastado;
pienso en los que vendrán —¿desde qué estepa?—
a poblar estas ruinas,
a erigir su arrogancia en este polvo,
a confiar otra vez en estas praderas…
Y, humildemente,
con la ciudad caída bajo una estela.

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Civilización

Un hombre muere en mí siempre que un hombre
muere en cualquier lugar, asesinado
por el miedo y la prisa de otros hombres.

Un hombre como yo; durante meses
en las entrañas de una madre oculto;
nacido, como yo,
entre esperanzas y entre lágrimas,
y —como yo— feliz de haber sufrido,
triste de haber gozado,
Hecho de sangre y sal y tiempo y sueño.

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Continuidad

No has muerto. Has vuelto a mí. Lo que en la tierra
—donde una parte de tu ser reposa—
sepultaron los hombres, no te encierra;
porque yo soy tu verdadera fosa.

Dentro de esta inquietud del alma ansiosa
que me diste al nacer, sigues en guerra
contra la insaciedad que nos acosa
y que, desde la cuna, nos destierra.

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Invitación al viaje

Con las manos juntas,
en la tarde clara,
vámonos al bosque
de la sien de plata.

Bajo los pinares,
junto a la cañada,
hay un agua limpia
que hace limpia el alma.

Bajaremos juntos,
juntos a mirarla
y a mirarnos juntos
en sus ondas rápidas…

Bajo el cielo de oro
hay en la montaña
una encina negra
que hace negra el alma:

Subiremos juntos
a tocar sus ramas
y oler el perfume
de sus mieles ásperas…

Otoño nos cita
con un son de flautas:
vamos a buscarlo
por la tarde clara.

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La noria

He tocado los límites del tiempo.
Y vuelvo del dolor como de un viaje
alrededor del mundo…
Pero siento
que no salí jamás, mientras viajaba,
de un pobre aduar perdido en el desierto.

Caminé largamente, ansiosamente,
en torno de mi sombra.

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Lied

La mañana está de fiesta
porque me has besado tú
y al contacto de tu boca
todo el cielo se hace azul.

El arroyo está cantando
porque me has mirado tú
y en el sol de tu mirada
toda el agua se hace azul.

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Mediodía

Tener, al mediodía, abiertas las ventanas
del patio iluminado que mira al comedor.
Oler un olor tibio de sol y de manzanas.
Decir cosas sencillas: las que inspira el amor…

Beber un agua pura, y en el vaso profundo
ver coincidir los ángulos de la estancia cordial.

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Nunca

Nunca me cansará mi oficio de hombre.
Hombre he sido y seré mientras exista.
Hombre no más: proyecto entre proyectos,
boca sedienta al cántaro adherida,
pies inseguros sobre el polvo ardiente,
espíritu y materia vulnerables
a todos los oprobios y las dichas…

Nunca me sentiré rey destronado
ni ángel abolido mientras viva,
sino aprendiz de hombre eternamente,
hombre con los que van por las colinas
hacia el jardín que siempre los repudia
hobre con los que buscan entre escombros
la verdad necesaria y prohibida,
hombre entre los que labran con sus manos
lo que jamás hereda un alma digna,
¡porque de todo cuanto el hombre ha hecho
la sola herencia digna de los hombres
es el derecho de inventar su vida!

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Patria

Esta piedad profunda es tierra mía.
Aquí, si avanzo, lo que toco es patria:
presencia donde siento a cada instante
el acuerdo del cuerpo con el alma.

Esta voz es mi voz. Pero la escucho
en bocas diferentes. Y aunque nada
de cuanto dice pueda sorprenderme,
oírla me cautiva porque canta
en ella un corazón siempre distinto
que nos lo explica todo sin palabras.

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Río

¡Río en el amanecer!
¡Agua en tus ojos claros!
Caer —¡subir!— en lo azul
transparente, casi blanco.

Cielo en el río del alba
—mi amor en tus ojos vagos—
oh, naufragar —¡ascender!—
¡siempre más hondo! ¡Más alto!

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