Jamás la vida breve
abrió para tus plantas
sus hojas grandes,
ni sus rojas flores;
ni derramó en tus días
sus perfumes extraños.
Jamás te dio una luz,
una esperanza de alas,
ni te llevó hasta aquellas
heredades ignotas
en las que el mundo adquiere
rostros desconocidos.
No te dieron talentos
en el torvo reparto,
cuando las manos, juntas,
suplicaban al amo.
Algunos consiguieron
llenarlas de promesa,
pero tú regresabas
con las tuyas vacías.
Por eso ahora retornas
a la casa sin alma,
vacía como tus manos,
a esperar que el destino
te confunda en su niebla.