Hay algas en la orilla, y un sol crudo, tenaz,
lame las avenidas, abre los descampados,
o se enrosca en los buenos días y los quetales
que puntean, ligeros, como insectos al vuelo
la llegada puntual de los oficinistas.
La rosa de los vientos del día, la candente
veleta del verano inicia su deriva,
se despereza y gira, gran noria bostezante,
agitando sus flecos entre sombras de asombro,
esparciendo en el aire su voz enronquecida,
y una herida de sal se insinúa en la piel
o crece hasta saciar el frescor de la noche,
como tras las pupilas un destello devuelve
otro verano antiguo, fundado en la inocencia,
más allá del recuerdo o su remedo estéril.
Julio siembra candiles que la mirada prende.