Bien, llévame si quieres al jardín de la Reina;
veré el verde maltrecho por las nieves tardías
y el furuoso brotar de las flores salvajes
y los tallos turgentes que quieren ser mordidos
y a Pomona en la cumbre carmín de una avenida,
con cuervos en los hombros, y una excedra sin nadie.
Mas dime si habrá gente, si habrá por los caminos
altos viejos sin sombra y niños relucientes,
si músicos ociosos con grandes volantines
y amantes de domingo, y si muchachas
tendidas en la yerba, discretamente a solas
con este sol extraño de dedos tan ligeros.
Porque ante todo vine para ver si los cuerpos
eran como los cuentan.
Si los pezones puros como puntas de pica
y los muslos morosos como fiesta
campestre desde el alba,
y la espalda de concha iridiscente
y altas las nalgas como en los sueños,
ríos
de piel resuelta, mansa vía
de gentes que no penan por sus formas
de animales enhiestos y lampiños,
y comparan su vello anaranjado
y aprecian lo distinto y que se ríen
del paisaje menudo de los pliegues
inguinales,
tan blando y tan exacto,
y se ungen la piel unos a otros
y se acarician con los abedules.
Dime si es cierto y di si podré verlo
y si podré ocultar mis gestos sin despacio
y no sospecharán que les espío
ni habrán de sentir miedo de mis ojos abiertos
llenos de blancas sombras y rincones obscuros
Y si me sonriesen, di, ¿qué haría?
con las manos tenaces, envaradas,
sin ni siquiera un libro en que enterrar los dedos.
Di si debo aceptar el trébol que me ofrezcan
vulgar y de tres hojas, como en los campos míos.
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* Un imaginario parque estocolmés.