A veces cuando era
temprano todavía para verte
o cuando la ventana
se abría a la distancia y al sonido
de tanto hierro puesto y tanta arena
que cruje a tierra extraña en los caminos
remoto a la esperanza
me volvía a aquel sitio en que dejamos
las soledades juntas y las voces.
Poemas de Carlos Barral
Dormir nonchalamment al’ombre de ses seins
Comme un hameau paisible au pied d’une montagne.
Todo está preparado:
la sábana tan blanca y el silencio
ahora inviolable.
(Yo me hago
a un lado para no estorbarte.)
Ven,
arráncate a los ojos
que ya te desdibujan,
rompe tu invierno gris, oh sonriente
dulce estrella habitada.
Entonces arrojaba
piedrecillas al agua jabonosa,
veía disolverse
la violada rúbrica de espuma,
bogar las islas y juntarse, envueltas
en un olor cordial o como un tibio
recuerdo de su risa.
¿Cuántas veces pudo ocurrir
lo que parece ahora tan extraño?
Haberlo vivamente deseado y verlas
pisar el agua que la luna enturbia
y estarlas a mirar; los cuerpos blancos
romper la sombra del metal luciente
-desnudo universal, desnudo hasta la muerte-
y quedarse indeciso, en pie, en lo oscuro,
como un viejo marino sospechando un tiempo
súbitamente aventuroso, y, luego,
olvidando los restos de la cena triste
con guitarra y golletes salivosos,
entrar a carga de animal entero
llamado por el agua o por los cuerpos.
Ser el gato,
hacer un esfuerzo y ser el gato
transitorio del alba y en la cumbre
del mundo transitado, y presumible.
Ser por fuera del gato todo el gato posible
después del atigrado resplandor de la noche
última y la pasmada contracción felina.
Sumérjase el alma un instante
en el árido mar del deseo
y surja falaz de su espuma
tu efigie de bronce
*
Agite la brisa a su soplo
tus negros y sueltos cabellos
y envuelta en su halago
la bruma de tu cuerpo.
¿Cuál de los dos, mi tigre, a quién celebran
las aristas de polvo, las lanzas habitadas
que destellan ventanas insurgentes
en la noche solemne de la proclamación?
¿A quién miran los ojos en la hierba peinada?
¿Para quién la sonrisa aduladora
en las sombras secretas del square
o la memoria hambrienta de los niños?
(fragmento)
Y tú, amor mío, ¿agradeces conmigo
las generosas ocasiones que la mar
nos deparaba de estar juntos? ¿Tú te acuerdas,
casi en el tacto, como yo,
de la caricia intranquila entre dos maniobras,
del temblor de tus pechos
en la camisa abierta cara al viento?
Bien, llévame si quieres al jardín de la Reina;
veré el verde maltrecho por las nieves tardías
y el furuoso brotar de las flores salvajes
y los tallos turgentes que quieren ser mordidos
y a Pomona en la cumbre carmín de una avenida,
con cuervos en los hombros, y una excedra sin nadie.
Oh rápida, te amo.
Oh zorra apresurada al borde del vestido
y límite afilado de la bota injuriante,
rodilla de Artemisa fugaz entre la piedra,
os amo,
sombra huidiza en la escalera noble,
espalda entre trompetas por el puente.
Oriente ensortijado,
rojo vellón flamante, con qué pausa
de sol en hebras nace entre dos ramas
aún nocturnas de azules indecisos
y crespa luz guardada
-venus naciendo nueva de la sarga-
a las puntas saladas y a los labios
incrustados de arena cristalina
promete otra figura
sobre la piel erguida y sobre el mismo
tostado de las dunas
-las sedas suntuosas de la piedra molida-
y el lienzo inquieto de la mar,
espejo
que te revela como tú te admiras.
I
En las aguas profundas,
en las ondas del sueño amurallado,
a menudo apareces, y en el curso
verde y olvidadizo de los ríos.
Conozco tu presencia
en las cortezas húmedas del aire
y sé que en un lugar,
excavada en la lluvia
tu iluminada soledad persiste.
Y base de notar; que estas cosas son aora muy a la postre,
despues de todas las visiones, y revelaciones que escrivire,
y del tiempo que solía tener oración, a donde el Señor me
dava muy grandes gustos y regalos.
Preferiría ahora imaginar
que te soñaba como un robot
metálico o como un antiguo caminante
hecho de humanidades o de audacia.
Insistió en no acercarse demasiado,
temerosa de la intimidad caliente del esfuerzo,
pero los que pasaban
cerca con los varales y las pértigas
nos sonreían,
y sentía con orgullo su presencia
y que fuese mi prima (aún recuerdo
sus ojos en la linde
del círculo de luz, brillando
como unos ojos de animal nocturno).
Clamo a tu vientre lívido de viento,
al corazón estrecho de tus gallos,
a sus látigos rojos, a los rayos
que acribillan tu hueco firmamento.
Busco la arista del desdoblamiento,
hurtarme fruto a mis normales tallos,
libertarme en tus ácidos caballos
y un ungir tus torres de mi advenimiento.
Tu cuerpo en qué alegría de revuelo,
que inmediación de trinos, ¡oh agitada
pasión de ti, de tórtola inspirada,
de azul y pluma en claro azul! (Uccello)
Pájaro. Sal. Escribe por el suelo
el gozo de tu jaula enamorada.
Porque conocía el nombre de los peces,
aún de los más raros,
y el de los caladeros, y las señas
de las lejanas rocas submarinas,
me dejaban revolver en las cestas,
tocarlos uno a uno, sopesarlos,
y comentaban conmigo abiertamente
las sutiles cuestiones del oficio.
No lo supimos la primera vez;
lo extraño,
que lo hacía distinto de los sueños,
no estaba en ella, ni
en ser menos real,
más pálida y ausente,
humana donde el mórbido cuerpo imaginado.
Tampoco en la premura
de gestos que, al contrario,
habíamos fiado a maravilla
ni en las voces que nunca imaginamos
-«De un pueblecillo cerca de Jaén»,
decía, todavía en rosada
ropa interior,
como en un envoltorio de farmacia.
Nuestras caras ahora,
según me vuelvo hacia ti desde el pie de la cama
y despuntan tus ojos
sobre la cumbre de tus rodillas abrazadas,
repiten una historia en que no entramos
sino con mucha aplicación.
No basta
que tú sonrías
casi en un gris del cine, componiendo
anticipadamente tu recuerdo y ruedes
mejor que otros lo harían tu secuencia
tierna y salvaje, y tan banal, que escupen
sin tu permiso los espejos,
mientras
las obediencias de mi mano palpan
la barra de metal como quien quiere
guardar su tacto cómplice,
ex profeso
de escamoso oropel,
cuando de veras
soy consciente del ritmo de las gotas,
miro las grecas del papel pintado,
sigo la curva noble de la sábana
que se diría atornillada;
y cuando
eres de nuevo tú,
con qué distancia
te contemplo ya través
de qué lente invertida
-transparentes
de vidriada memoria-
me detengo
en las rodillas que te escudan, juntas,
casi tiros de piedra amaestrada,
o animales heráldicos, lechuzas
de capitel,
con un ojo sin sueño y de amenaza.
No puedo recordar
por qué escogí aquel reino de ladrillo.
¿Por qué el rincón tan húmedo, la esquina
verde del corredor?
Sólo el terror pasaba, a veces
la insolente figura devorada
casi enseguida por la luz.
Estuve solo siempre, al menos
que yo recuerde.
La lengua sobre todo, afectuosa,
áspera y cortesana en el saludo.
Las zarpas de abrazar, con qué cuidado,
o de impetrar afecto, o daño, a quien lo doma.
La caricia con uñas, el pecho boca arriba
para mostrar el corazón cautivo.
Nunca noche ninguna
ni trámite se fueron tan despacio.
Volvía a los lugares
recientes, repetía
las aguas, tarde siempre
para enfilar los pasos escogidos,
y volvía a partir;
la noche inmensa
comenzaba conmigo a mis espaldas.
Pero fue en un instante
real, aquella orilla
blanca, diurna ciudad,
aquella
populosa cultura
vid,
que viene
por cima de los montes al encuentro.
Y tú amor mío, ¿agradeces conmigo
las generosas ocasiones que la mar
nos deparaba de estar juntos? ¿Tú te acuerdas,
casi en el tacto, como yo,
de la caricia intranquila entre dos maniobras,
del temblor de tus pechos
en la camisa abierta cara al viento?