A Lichi, su cantor
La banda gigante, como los alones de su sombrero provocador al frente, quiere romper, inaugurar lo enorme. (Lo enorme, cariñosamente, brilla). ¡La banda gigante, como las ligas gigantes, el teipe en la pelota, el batazo en lo azul un descampado de Domingo! ¡La banda gigante, como la risa blanca del negro boxeador, como un knock out! ¡La banda gigante, como el volumen alto del radio pequeño que se enciende de golpe! ¡Escuchen, oigan, ese piano serio, del todo vaciado de languidez, de lagos y desvaríos cómplices! ¡Escuchen, oigan, ese bajo absoluto, de pocas notas parcas, asombrosamente rítmicas, por las que irrumpe, estremeciendo, la paila, para celebrar a Generoso! Y su voz, su rara voz única, que saca toda afuera, con pureza de trompeta al mediodía, y vuelve al nido del corazón, su voz que jamás saca su intimidad de susurro o quejumbre sino de ese mismo fuera y hasta afuera del popular elogio, y desde allí nos dice nuestro secreto a voces, aún más hondamente, y en la cruda y mucha luz se esconde, destacándose oculta, desierta palma de intemperie. ¡Oye el clarín radioso, el gallo de la guerra, ondeando al aire! Silencio y bulla a un tiempo, oye el bullir, oye el clamor, sin queja. ¡Qué bueno, pero qué bueno! Marcha a la muerte, pero antes, enciende, mete ruido, alegra, huye. ¡Huyes! ¡Que no te vean morir! Flor cubana, patria mía.