Hecha una fierecilla deliciosa
se arrojó de la cama en un momento.
Vibró un instante la cadera de oro,
rodaron por la espalda los cabellos,
sonaron unos pasos por la alfombra,
se abrió una puerta y se perdió a lo lejos.
Y me quedé solo… Un poco de tristeza
y el olor a manzanas de su cuerpo.
Pero una negra horquilla abandonada
sobre las blancas sábanas del lecho
su esbelta V a mi esperanza abría
como iniciando esta palabra: Vuelvo.