El destino, voluble caballero embriagado,
se fastidio ayer tarde con tu inútil promesa
y te vendió a la noche. Y la noche tahuresa
te jugó sobre el verde tapete del pecado.
Yo que aceché la gracia de tus horas, y presa
tu doncellez sabía de un fervor resignado,
lancé mi primer ruego como si fuera un dado
y le gané a la noche tu boca y tu promesa.
Le ofreceré a la noche desquite si mañana
hastía mis orgullos tu juventud liviana:
falsa moneda rubia que me gané al acaso.
Pero hoy en el suntuoso festín de bienvenida,
la copa de tu cuerpo será pulido vaso
para escanciar el triste champaña de la vida.