La mañana de Arturo Carrera

a Chiquita Gramajo

Todo lo que deshaces en lo que oyes
te escucha: el aleteo de dormir.
Más que vivir el aleteo prohibido,
el escándalo disipado de un sueño:

Las voces,
los rostros borrados. Las bocas como esferas
y los ocultos ritmos, enterrados pasos
súbitos de un huésped auspicioso:

La noche en la casa vacía.
El sapo que en el umbral espera
el duro beso de la esponjosa luna.

El brazo cortado en lo lejano.
la mano que se hunde
en la cabeza que se va a despertar:
«colmame conociendo tu muerte,
enfrentame a tu infinita reducción».

Pero desnudo, de pie, bajo la ducha,
más ácido el rocío en las flotas de
la mañana;
desnudo, bajo la mueca imprecisa
de un gorjeo prolongado y la visita,
en la jactancia de la luz en la penumbra

ya es toda la mañana
ya es toda la repetición bulliciosa
de la colmada mirada enamorada
no contenida en la erudición de los
saberes, la obra, el creer conocer
y su «conciencia culpable».

Hay que conocer esta muerte.

Se amplía y se reduce
su infinito deseo: es el deseo
de la obra y la pequeña diferencia
de su duradera dureza.

Es la simulación de la amordazable
libertad, que nos impone como
en dos sueños sospechosos,
un breve y confuso reconocimiento
del caos: la mañana.

El déjà vu es la muerte,
una escena oscura recortada de sus
danzas; un cascabel que agita
para el halcón jactancioso,
una alarma obscena y brevísima
durante el pacto de mirar.

La muerte que sólo escucha y
desechando. Deshecha continuamente,
en lo que oye, en lo que escucha.
la muerte con sus jugueterías y
sus gatos.

Dijiste: «debo permanecer siempre
pequeña.»

Más que el sueño:
nos impone a los bostezos el vacío,

La breve lluvia que nos abre una acacia.
Los duros hexámetros envarados por el sueño.

La pesadilla de la bruma recortada, donde
aparecen las miedosas geometrías de la sombra.
Los bailes y las máscaras de un finísimo
«óleo»: la mañana.

Alguien declina el nombre de su gato y el
nombre del felino se encarama a la sombra.
¿Me despierto? ¿Tratas de despertarme con
un puñado de sílabas de cuatro hojas?

Alguien despliega en esta misma mesa donde
escribo,
un mantel crocante en la luz y los intactos,
pegajosos pliegues.
Y apoya una taza, un plato, una servilleta
de papel sobre las pequeñísimas,
pintadas flores.

¿Se inicia
la mañana?

¿O ella nos va desocultando otra vez
lo que para nosotros recomienza?

Los pequeños d’annunzzios,
brevísimos en su aparición,

en las veladas luces y vuelcos
de las vestidas de papel.

Desnudo bajo la ducha,
desnudo en el hilo que sostiene
las encantadas imágenes.

Desnudo en la única sucesión
presentida,
casi dolorosa. La insistencia
desgarradora de insolubles aspersiones
del deseo:

desnudo
y la mañana del verano frotándome.
Un gato viene a caer sobre mi pecho
como una lluvia de azúcar dorado,
impalpable.

Desnudo y para mirar
si «estableciera» desde afuera
otros vínculos.

Empapado de rocío avanza
en otra fiesta que no me excluye.
Los pliegues del agua en la piel,

la luz despertándose en las cribillas
del papel: gozo, solamente

el sonido puro que rapta al deseo.

Y yo iré,
con la lengua quemada por la lluvia
del sol: el vaivén del disco de carbón
de la comadre cocinera,
y yo también alejándome
a mil años luz
si este día me «retuviera».

Entorna los postigos para protegerme
de un resplandor naranja y dice,
murmura,
«ya está»;
el tazón de leche perfumada con el
pintado café.

El gusto de la leche, el café.
Esfuerzo de reconocer los dos sabores
unidos para el sabor de la mañana.
La manteca fría y su rocío en la espiral,
el caracol con que la enervan bajo el
metal de unas grasosas formas.
El cuchillo apoyado en el frasco de miel
marcando con su resplandor sombrío
la distancia al primer parpadeo
ese «hoy».

Conoce tu muerte el agua,
el macareo del azúcar:
el cuerpo desnudo pasando por la voz
de mi lengua:

«Mientras escribo, todo se desvanece
menos lo que contemplo.»

El que pasó por él traga la leche
y los sabores desconcertados.
Tendrás tu cuerpo colmado
por sus veloces huellas de pasante:

te busco y no estás,
oigo tu voz detrás de la bruma
bajo la mujercita de los pájaros:
«ser pequeña, quiero».

huésped de la mañana
(todavía secreta para mí) y
huésped desnudo
acribillado de certeza:

contemplo.
Escucho el molinillo de chocolate
del deseo,
y esa repetición en su nombre nombrado

¿dónde está?

El campo.