La noche ladra a los perros
que cruzan la calle
Bajo un almendro
una sirena se detiene
a cantar sus exilios
Es tarde
y nada puede impedir
que los espejos se quiebren
cada vez
que un niño sueña
Mi mano se inunda
de verbos mudos
soles marchitos
e historias en ceniza
A nadie le importan mis heridas
mis padres cayeron
y en sus huesos
descansan mis espejismos