Fue un veintisiete de mayo
del año sesenta y cinco.
La novia, blanca, venía,
con su escotado vestido.
Montaba un negro caballo
que dio un peligroso brinco
emparejando cabeza
con otro del monaguillo
para dejar rezagado
al potro de su marido.
Jinetes de recia estampa
lanzaban al viento tiros
de sus lustrosos revólveres
amedrentando a un mendigo
que confundía a la novia
con la madona en el limbo.
Algún disparo con arma
fue de ladrido en ladrido
de perros que no cedían
el paso a aquel recorrido
de los caballos ansiosos
de zambullirse en el río.
Fue un veintisiete de mayo
del año sesenta y cinco.
¡Jamás mujer más hermosa
yendo a su boda yo he visto!