¿Qué historia cuenta?

¿ Qué historia cuenta, si el ciprés se arquea,
y la higuera se rompe, el loco viento ?
¿ Si las puertas se cierran de repente,
es que ha estallado su terrible genio ?
Ya sufrir pareciera cuando el lobo
aterra con su aullido, desde lejos,
mientras la tos despierta al moribundo,
y ladra sin dejar dormir el perro.

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Alguna vez creí

Alguna vez creí hablar contigo,
Neruda, allá en tu tierra; tú decías
que la primera música en Parral
fue el soplo virtuoso de la espiga,
y aquel silbido patriarcal del viento
llevando sobre el lomo su familia
de cartas sin destino, de hojarasca,
de lágrimas y páginas escritas.

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Alma

No tengo más rebozo que la escarcha.

Un pájaro se calla en el silencio
de la tristeza niña de la tarde.

Mi alma atardecida busca el fuego
de los caminos breves de tu mano
donde quedó la boca de mi beso.

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Angelus

Quién pudiera aprender los largos versos
que saben las oscuras golondrinas;
ellas retornan al oír el canto
de lo que fue un lejano Ave María.
Quién dijera de pronto al recordarme:
delante de una lámpara encendida
dejaba en cada línea de papel
los versos que las páginas perdían.

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Apuntes esenciales

a Agnes Hazenbosch

Llevo contando el cierzo, el aire, el suelo,
la bruma, los geranios y el rocío.
Sumo la hierba, el sol, la sombra nueva
de la cosecha convertida en trigo.
Anoto auroras, tallos, ramas, fuego,
crepúsculos, maderos y navíos.

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Aunque sopló tus párpados

Aunque sopló tus párpados la muerte
el aire de tus odas sigue puro,
por eso te converso en esta tarde
Neruda, hermano, y traigo en mi saludo
la letra titilante de la brisa,
la hiedra vigorosa de los muros,
las siete vanidades del zafiro,
y las pestañas de mi amor desnudo.

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Boda patética

Que no sea en otoño, ni en verano.
Yo querría que fuese en primavera;
dará setiembre entonces sus primicias
y los jazmines abrirán las rejas.
Caerán besos de adiós en mis mejillas.
Mis ojos como lágrimas abiertas
se cerrarán en boca de mi amado.

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Camino

¿Camino de partida o de venida
es éste en donde estoy desatinada
con un pañuelo ausente de señal?
No sé si voy o vengo pues son vagas
las sombras de los hombres y mujeres
que dejan tras mis huellas sus pisadas.

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Canto profundo

Yo observo al hombre trabajar la tierra
y al ave que en el hueco de la rama
de un tibio limonero se acomoda.
En su holgazanería así se cansa.

Su trino es el diamante del deseo.

Y tú, mi prójimo que mueres, habla:
¿por qué la misma piedra así te encorva
al convertirse la creación en alba
y la razón del tiempo en un reloj?

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Circo

a Giovanna Pertile, hada que lleva mi sangre.

Yo fui a nacer y el mundo enloqueció:
atardecer de mares y naufragios.
Las aves antes de alcanzar altura
caían en un bosque embalsamado.
Un elefante triste en rojo circo
brillaba en tantos ojos agrandados
del público contento.

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Cocuyos

Tan sólo los cocuyos para ver
tus ojos y esas largas manos tuyas
donde mi rostro pongo mientras cae
un pronto atardecer que me desnuda.
Porque este amor es noche sin su tálamo,
y duerme solo y con su mal se cura:
por eso es que te quiero.

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Conciencia

Tus ojos, dos secretos que me observan.
Mas, ¿qué dolor es éste que en mi frente
tan pálida, parece algún lunar?
Si están los astros pocos, si la muerte
echó la puerta, si las hojas secas
en viento malo al rato se convierten,
si cruje ya el paisaje y van los muertos
en busca de las gotas de la fiebre,
yo sé que estás adentro, horrorizada.

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Cosecha

Descalza peregrino debajo de la lluvia.
Lloro por dentro
un agua de oro.
Cuéntame, bienamado.
¿Dónde tu reino, tus lacayos,
tu ángel de la guarda, y tu bufón?
Mas, ¿dónde tu victoria,
tu cicatriz profunda,
tu esclava, tu corona,
y tu cabeza amada?

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Costumbre perra

Si la hojarasca en niebla se convierte
yo dejo la ventana y voy, amado,
en busca de tus sábanas. Me acuesto
con paños de mi fiebre en tu costado.
Qué amor tan taciturno es este sueño:
llegar ya tarde a noches de relámpagos,
ya tarde a los ocasos, no morirnos
cual árbol de oro viejo al pie de un astro.

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Cuarto azul

Somos amantes. Suelen los poetas
con infantiles coplas y sonetos
celebrar el tañir de las campanas
como la hora nupcial de nuestro encuentro.
Dirían más, pero se callan porque
se abrevia así el relato en dulce cuento.
Es la sombra que atiende el buen negocio,
madama de aire triste; los dineros
pagados por el cuarto azul agrandan
sus ojos apagados, mas los juegos
de los amantes en las escaleras
no la dejan dormir.

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De memoria

Tienen las ramas esta madrugada
el bienvenido aliento de las rosas.
Las blancas mariposas de mis manos
nadie las ve ¡y cómo te devoran!
Donde tú estás, allí, mi amor te llama.
Yo quiero que me escuches. Es ahora
el tiempo del encuentro.

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Desolada

A Gabriela Mistral

Antes de echar mi cuerpo al ebrio río,
muy ebria ya, entré por las abiertas
puertas del templo; oí a una rata huir.
El atrio era una vieja madriguera.
Y le dije a mi Dios, en cualquier parte,
que pecar, no pequé, y ni siquiera…
Un relámpago atroz iluminó
las pocas velas y tronó la iglesia.

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Después de mucho saludar

Después de mucho saludar al viento,
al jaspe de las piedras, al murmullo
de la colmena verde de los mares,
a la hermosura ajena en su conjunto,
dijiste basta, quiero estar muy triste,
en esta tarde al menos, un minuto,
pues se murió en la acera un pobre hombre;
él no cabía en un lugar del mundo.

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Dientes

Estrella que es error, yo soy los dientes,
y solamente dientes, no la boca
que yerra, miente, injuria, a Dios calumnia,
y cuando su áspid guarda queda roja.
Ay, pobres bocas, lenguas enredadas
con las malas palabras que hablan solas.

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Dios que es Él

Él hizo mi mirada distraída,
la llamarada añil de tu silencio,
las seis en punto y el adiós más mustio
frente a las olas rubias de aquel puerto.
Él hizo las primeras golondrinas,
el frío de esa tarde y aquel miedo
de que llegaras tarde o no llegaras
cuando era una muchacha más del viento.

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Discúlpame

Discúlpame, si puedes, por mis versos,
Neruda, de mil sábanas poeta,
pues yo no sé escribir cantando al agua,
a aquel frescor primero de la hierba,
igual que tú, en tu Chile de araucarias.
Yo sólo sé escribir palabras quietas
en este pueblo donde todo muere
volviéndose en las manos simple piedra.

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Dos hijos

Déjame que te cuente las palabras.
Somos los hijos de los rojos versos
que vuelan cuando está la noche encima.
Qué pálidos amantes, pues nos vemos
sólo a través de los rocíos fríos
que salen a morir por un momento.

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El beso

Voy a contarte un cuento que otras saben.
Las menos como tú jamás supieron.
Era un juego de a dos pues se enfrentaban
un rey hermoso y una reina a besos.
Y érase que ella alegre se moría
como última tecla en cada beso.

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El mar tú visitabas

El mar tú visitabas; le decías
lo que le dice el hombre a una muchacha.
En tardes pasajeras del verano
de novio te pusiste con sus algas.
No se sorprenda nadie; es tan común
que rompa su cadena, enamorada
de algún poeta triste, alguna ola
para tumbarse luego en libres playas.

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El pino en las penumbras

Sobre tus hombros inclinar mi rostro.
Un lirio aún vivo que encontré, contarte.
Soy la culpable de tus versos lúgubres
donde una llama ciega y negra arde.
“El pino en las neblinas” es un verso,
y todo cuanto muere o cuanto nace,
la ropa de la flor, la carne blanca
de las orquídeas que al amor se abren.

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El tiempo es beso

¿Escuchas cómo caen las estrellas?
La rosa en mi costado dio su aroma,
su ensangrentado aroma que me viste.
Pasaron desde entonces muchas rosas,
y vive aquella flor de mí salida,
de mi infectada herida, siempre roja
y siempre negra y llena ya de hormigas.

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El verdadero mundo

Recuerdo el viento claro de otras tardes.

Tocando castañuelas prodigiosas
le daba larga cuerda a mi niñez.
Yo le pasaba alegre mis cabellos,
mi falda, y él, jugando, se los daba
al perro que ladraba tras de mí.
Correr, reír, morir de golpe sobre
el liso pasto, la colina aquella,
el verdadero mundo a la intemperie
en donde el sol echaba mil monedas.

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En Paraguay prohibieron

En Paraguay prohibieron tu poesía;
mas te leí setenta veces cinco.
Y dije: “No, señor; ninguna culpa,
ninguna prueba cierta de delito
yo encuentro en estos versos remojados
en el sudor con sal del hombre limpio;
la culpa, en todo caso, es de nosotros,
de nuestro fatuo corazón de vidrio”.

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En tu nombre

El pueblo alumbra noches muy serenas,
mas fiada de tus ojos, Jesucristo,
mejor contemplo el viejo firmamento,
el árbol bajo el astro y los caminos.
En noches de neblina yo te veo.
Qué paz, Señor, teniéndote conmigo,
pues eres tú la puerta que me guarda
del mundo que aun afuera es un peligro.

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Enemigo

Mi peor enemigo, tú que me amas
como una ciega lluvia que al caer
escampa, arrecia, escampa. Mi enemigo,
yo te corono amante, pueblo y rey.
Con una hiedra mis cabellos atas
y sabes del lunar que es mi clavel.

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Estás debajo, acaso

¿Estás debajo, acaso, de tu tumba?
Pues no; aquí no está, no estuvo Pablo,
repite con su voz enronquecida
la tierra vuelta sombra bajo el árbol.
Yo lo sabía: no logró la muerte
tenerte, como a muchos, hecho barro.
Estás en todas partes, tan caliente,
tan vivo con tu nombre deshonrado.

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Estatua en la Plaza Verde

Te esperaría. Yo sería, amado,
la primera en llegar hasta la vía,
y la última en volver, con un paraguas,
de la estación del tren que te traería.
Iré hasta el mar como la lluvia, a veces,
y pasaré del mar a la otra cita,
en el muelle del puerto, frente al río.

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Fantasmas

Fantasmas de la noche, niñas tristes
que escriben con las luces apagadas.
Dragones del infierno las vigilan
y en un castillo mueren encerradas.

Sus nombres se pronuncian como lirios.

Las miro cada tarde atareadas
buscando el verso de hoja gris que diga
aquel dolor de mar que no se acaba.

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Golondrinas

Amado, desenrédame las trenzas.
Escucha a las reidoras golondrinas
que pueblan mis susurros confesarte
mi amor donde gotea la llovizna.
En esta tarde con olor a mar
tú tocas a mi puerta. El lobo avisa
su amor voraz. A mi casona llegas
y bebes de mi boca bien servida.

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Hades

La primera señal: te salen lágrimas,
y escribes, sin querer, mejores versos.
Se apagan los faroles de la cuadra,
pero tus ojos brillan más atentos.
Y hay dos señales: si con él te cruzas
es como si te diste vuelta a verlo.

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Hipótesis

Si tú a morir te fueras, si las mantas
muy frías se quedaran en tu lecho,
yo no te llevaría flores tristes
en donde estés. Le pediré a los cuervos
y al ruiseñor que no me condenaran
a ir desolada y pálida a tu encuentro.

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La gacela enamorada

A mi cazador

Soy la gacela enamorada ¡Dios!
de mi nocturno cazador que viene
al bosque con las ansias de mis astas,
mis ancas, mis rodillas y mis hombros.
Si están los cielos vistos, si los astros
asoman su hermosura de universo,
si el cierzo va soltando ya a las aves
y mi nocturno cazador no llega,
los ojos se me vuelven aguas mustias.

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La nodriza

Me quieres por ser triste y por mayor.
Me quieres pues no tienes aún edad
para llevar a una mujer a misa.
Te permito morder, lamer, sanar.
Tú bebes de los ríos de mis senos
el agua de las rocas frente al mar.

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La otra vida

¿Te acuerdas de la vida, la otra vida
de pasos espantados, de los huesos
de aquel ciprés creciendo con nosotros?
¡Cuán niños en la niebla de otros reinos!
Volver a aquella edad, reír a costa
de nuestro susto en tantos cementerios.

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La puerta

Cualquiera llama a mi pequeña puerta.
Cenar suelo con reyes y mendigos.
Ay, cómo me atareo en repartir
en dos iguales partes lo servido.
Y es entre gente que a mi casa llega
contándome unos casos divertidos,
cuando me acuerdo yo de tu anunciada
visita, bienamado, y ahorro el vino.

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La rosa dura

El gallo soy de la veleta roja
que mira al Norte porque Norte soy.
A mi pueblo lo barre el mismo pueblo:
un viento malo con que al río voy.
La saeta del Este cuando gira
da vuelta al pueblo, al lirio y al convoy
del caballo al que subo al ser el día
para saber al irme en dónde estoy.

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La veleta del pueblo

Nos íbamos a casar.
Teníamos los anillos.
La fecha fijada en Pascuas,
y por supuesto, padrinos.
Fue tras la misa del gallo
cuando a una cita nos fuimos.
Estrellas ya trasnochadas
entonces fueron testigos.
Señor cura, nos queremos
como mujer y marido.

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Las bodas con Jesús

¿Faltar a mi deber? Jamás, amado,
pues si te fuera infiel ¿con cuál marido
tendría yo las bodas más hermosas,
que no sean ésas que pasé contigo?
He puesto petición en boca mía,
y tú con pronto sí me has respondido
aquella noche en que cayó el sereno
y había un cielo, y un primer rocío.

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