He hecho los mayores esvuerzos por salir de la
multitud y hacerme notar por alguna cualidad:
¿qué he hecho sino ofrecerme como un blanco y
mostrar a la malevolencia dónde podía morderme?
Lucio Anneo Séneca
Cuánto rumor innecesario para una vida tan pequeña, dicen
como quien deja demasiados rastros tras de sí.
No es bueno, sin embargo, atender a las voces
de quienes exaltan el color del cielo
queriendo confundir su terror con el mío.
Las últimas palabras que no pronuncié
fueron tu nombre, aunque me refería
a un alba luminosa. Mírame, no temas:
no diré nunca nada de tu vida, ni
escribiré de lo que compartimos
si consigo evitarlo. La gente no se ocupa
de nuestro sufrimiento por exceso de amor, pero nosotros
tendremos al fin tiempo para dedicarnos
a tu cuerpo y el mío. Despliego el abanico de tu piel
entre mis manos como un mapa
y en él dibujo los itinerarios
que habrán de conducirme hasta la muerte. Ya
no hay ninguna razón para que envejezcamos
juntos, dicen los otros mientras nos contemplan
al borde del acantilado de su licuefacción. Escucho
cómo su voz conspira en lo visible. Dales
una migaja de tu oscuridad, no sexo
ni deterioro, ¿no
adviertes que tan sólo buscan
interpretar las huellas de nuestro silencio?, ¿que
el sonido no ofrece ya conocimiento, sino
incertidumbre y orfandad? Recuerdo la promesa:
un pájaro que sueña con el alba
vendrá a nosotros como sombra, en la
gris desembocadura de la noche, cuando
nos despertemos juntos, carcomidos
por los murmullos de dos cuerpos libres
que nadie pudo reducir. Gocemos;
no hay nada que apacigüe tu temblor.
Cuando después de la explosión, todo termine,
¿en qué punto o espacio crees que estarán? ¿quedarán ruinas?