Alguien tal vez allá, montaña arriba

Qué extraño ese viajero.
Atraviesa los prados bajo su vellón
con el hatillo al hombro. Se detiene
junto a las matas, con mirada triste,
o tal vez la tristeza
no es otra cosa que el reflejo
de este sol invernal
tropezando en los picos
yendo a morir sobre su rostro,
gota a gota, tal vez,
una mirada frágil,
sin expresión.

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Epilogue & after

Cuánta ceniza ardiente llueve el cielo,
ecos antiguos de una voz que pasa,
ese enemigo que inventó el espejo
y me instaló sin verme en su mirada.
Dando bandazos, el invierno cae;
no me permite desdecirme. Calla
para obligarme a oír desde el silencio
el rumor con que anula las palabras
y hace hablar a los árboles, a las
piedras desnudas, a los puentes, con
el lenguaje del agua.

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Epitafio

Fui un viejo juglar, y conté historias.
Mi nombre os es indiferente.
Sólo dejo constancia de mi oficio
porque fue oficio quien dictó mis versos
no la pequeña vida que viví
ni su dolor ni su insignificancia:
ella murió conmigo y aquí yace,
desnuda como yo, bajo esta piedra.

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Flashes en el brick oven

Qué me ofrece el silencio de esta noche,
este amor sin excusa, vuelto aprendizaje?
Paseo por las calles
de esta ciudad extraña
donde incluso las flores tienen dueño.
Miro las nubes grises,
el aire iluminado por una luna artificial,
y escucho el parpadeo de los claxons en la carretera.

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La parada de los monstruos

He hecho los mayores esvuerzos por salir de la
multitud y hacerme notar por alguna cualidad:
¿qué he hecho sino ofrecerme como un blanco y
mostrar a la malevolencia dónde podía morderme?
Lucio Anneo Séneca

Cuánto rumor innecesario para una vida tan pequeña, dicen
como quien deja demasiados rastros tras de sí.

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Territorios de un cuerpo (IV)

ESTOY tumbado al borde de tu claridad,
en la suntuosidad de una batalla
donde ninguno es vencedor,
y hasta el olor del cuarto,
donde rugen insomnes, tu apetito y mi sed,
florece sin saberlo, como un musgo surgido
de mi humedad tan tuya, de un sendero
que nos conduce hasta ese mar sin olas,
la tierra azul donde se desordena
el centro mismo del placer, la espuma
en que consiste toda esta explosión, y, al fondo,
la lluvia que golpea las ventanas,
la lluvia siempre otra, insobornable,
con sus lentas espinas.

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