« En la campana del puerto
¡ Tocan, hijos la oración…..!
¡ De rodillas…, y roguemos
a la madre del Señor
por nuestro padre infelice,
que ha tanto tiempo partío,
y quizás esté luchando
de la mar con el furor.
Tal vez, a una tabla asido,
¡ no lo permita el buen Dios!
náufrago, triste y hambriento,
y al sucumbir sin valor,
los ojos al cielo alzando
con lágrimas de aflicción,
dirija el adiós postrero
a los hijos de su amor.
¡ Orad, orad, hijos míos,
la virgen siempre escuchó
la plegaria de los niños
y los ayes del dolor!»
En una humilde cabaña,
con piadosa devoción,
puesta de hinojos y triste
a sus hijos así habló
la mujer de un marinero,
al oír la santa voz
de la campana del puerto
que tocaba la oración.
Rezaron los pobres niños
y la madre, con fervor.,
todo quedóse en silencio
y después sólo se oyó,
entre apagados sollozos,
de las olas el rumor.
De repente en la bocana
truena lejano el cañón:
«Entra buque!», allá en la playa
la gente ansiosa gritó.
Los niños se levantaron;
mas la esposa, en su dolor
«no es vuestro padre, les dijo:
tantas veces me engañó
la esperanza, que hoy no puede
alegrarse el corazón».
Pero después de una pausa
ligero un hombre subió
por el angosto sendero,
murmurando una canción.
Era un marino….!Era el padre!
la mujer palideció
al oírle, y de rodillas,
palpitando de emoción,
dijo: «¿ Lo veis, hijos míos?»
La virgen siempre escuchó
la plegaria de los niños
y los ayes del dolor.