Para picotear sobre mi fría palma
bajan aleteando las estrellas
y la Osa Mayor no será nunca blanca
porque ha olvidado su pasión mimética.
Han puesto colgaduras encaladas
para borrar los huecos de mis huellas,
mujeres negras que habitan mi casa.
Sólo han brotado de mi barco velas.
Mientras oteo curvos horizontes
en el balcón de escarcha tempranera,
veo llegar el humo desde Londres,
que amarillo nació en las chimeneas
y, cano ya, me llama a grandes voces
y pregunta con gesto anacoreta
por la senda que lleva al Polo Norte.
Encogiendo mis hombros hechos niebla
yo le regalo un alfabeto Morse.