Despatriado entre el olvido y hadas,
qué otro todavía soy yo.
Si aún conservo
mi primera sonrisa y a veces
esas tardes envenenadas que el corazón escarchan
como fruta de Navidad,
que lo empañan como fiordo en bruma, que lo dejan
de nuevo en aquel mismo andén
lluvioso donde nos despedimos, me atrevo
y otro que soy yo todavía -su sombra
de puntillas- se acerca
y la visito:
intacta
mi ex-sonrisa en el formol, se finge
-al verme- copia
de esa copia sin fin que es la Gioconda.