Yo me he quedado con la voz
de esa mujer -la voz apenas-
como se quedan los marinos
oyendo el mar desde la tierra.
Y sin embargo yo algún día
pude ceñir la fácil hembra
y así ganar en dulce viaje
la costa azul de sus ojeras.
Y beber pude entre sus manos
el agua amarga de las penas,
por sólo hundir entre sus senos
mi ansia de onda y de sirena.
Yo amé mujeres como islas
entre amplios lechos de marea
donde las olas de los linos
alzaba el gozo de la entrega.
Y vi penínsulas de brazos;
playa al amor del beso abierta
para llevar el labio lento
hasta una rada de sorpresa.
Y hallé las cóncavas marismas,
-que son lo mismo alga y guedeja-
y hacia ellas iba la pasión
como hacia el norte va la vela.
Pero la voz de esa mujer
era la única sirena
para el oído turbulento
en las sensuales odiseas.
Y me he quedado con la voz
de esa mujer -la voz apenas-
como se quedan los marinos
oyendo el mar desde la arena.
Cuán tristes son los marineros
que ansiaron muerte en la tormenta,
y junto al mar, un cualquier día,
la muerte encuentran en la tierra.