Las esquinas son aladas
de plumaje de cemento y de greda
vigilantes en los bornes de las calles.
Son incluso divertidas
porque no se pueden ocultar
y se desdoblan casi nunca solitarias.
Las esquinas de que yo hablo
no son las de mis manos
y no tienen una flor entre los dedos.
Las esquinas son tediosas delatoras en la espera,
algunas son desnudas pudorosas.
No se sabe todavía de una sediciosa esquina
que acuse a una amante furtiva.
Las esquinas no son sólo aristas
o puntos de encuentro de dos muros.
Raramente cambian en el tiempo,
sólo cambian transeúntes.
Están siempre en su lugar
donde nacen, entestadas
aguardando las miradas de los hombres
que se encuentran.
Las esquinas permanecen invisibles,
aunque son sólo anécdotas
de las breves historias de seres irascibles.
Ellas observan pero callan,
no son sólo aristas y saben guardar silencio.
Las esquinas de que yo hablo
no son las de mi boca
y no tienen una flor entre los labios.
Las esquinas escuchan todo el día
los secretos de la gente
y tienen brazos tentaculados
que responden a nombres diferentes.
Tienen brazos que se desatan
para atenazar otras esquinas más allá
en otros muros
con otros muros alejados.
Son curiosas las esquinas,
donde van a retorcerse y a expirar
las tantas calles del recuerdo.
Las esquinas de que yo hablo
no son las de mi infancia
y no tienen una flor entre los tiempos.