La anciana y la doncella
hacen girar sus husos vibrátiles. La anciana,
ciñe una veste negra,
muy negra; la doncella ciñe una veste blanca.
La viejecita llora y hace girar el huso;
la niña también hace vibrar el huso, y canta.
Hay en el cielo estrellas. El agua de los pozos
recibe, en su azulosa profundidad, la sacra
comunión de la luna…
-Linda doncella que hilas el lino de mis sábanas
de bodas, hila pronto, doncella, que me esperan
los brazos y los senos turgentes de mi amada…
(Es de cristal el huso pausado de la niña
de ciprés el huso ligero de la anciana).
-Óyeme, viejecilla,
hagas girar con tanta
presteza el huso frágil en que se enreda el lino
sutil de mi mortaja…
Mírame bien: soy joven, amado y venturoso;
tengo una novia blanca
más suave que las flores;
soy bueno. Hay en mi alma
mucho amor por la vida… Reposa, viejecilla,
continuarás mañana.
La aurora.
El agua lenta del río perezoso
por sobre la llanura se aleja, fatigada
de haber andado toda la noche. La abuelita
ya tiene presto el hilo sutil de mi mortaja;
la niña se ha dormido y el huso cantarino,
el huso que giraba
regocijadamente para aprontar el lino
de mis nupciales sábanas,
yace en el suelo, roto,
roto y disperso en una constelación de lágrimas.
Versión de Eduardo Castillo