Las hogueras del mirto de Rafael Cansinos Assens

A Carlos Cerrillo Escobar, a quien
más de una vez he oído suspirar
tras de las mujeres fugitivas

Alef

Como el que se sustrae a la atracción del vaso lleno y a la fascinación de la última
carta y, aun andando hacia adelante, tuerce su cuello hacia detrás, así en la hora del
crepúsculo, me sustraigo al hechizo maligno de las calles.
Como el que arrastra un fardo inerte, así reuniendo toda mi voluntad, cargo con mi
cuerpo rendido y lo traigo hasta la casa; y bajo la lámpara, en el sitio más cómodo, le
obligo a sentarse, y a gustar la calma del crepúsculo.
Pero en la calma del crepúsculo y en el silencio de la estancia, mi corazón inquieto
como el de un jugador, trepida sordamente, y un anhelo inextinguible como la sed del
borracho se eleva de él hasta vosotras, ¡oh mujeres desconocidas!

* * * * *

Dalet

La mujer es un sueño, es nuestro sueño, ¡oh hombres! Y ha nacido de nuestra ternura
y de nuestra plenitud en la soledad.
La mujer ha nacido de la profundidad masculina, como las nieblas se elevan del vasto
sueño de la mar; y somos nosotros los que la hemos creado con todos sus atributos.
Todo en ella es obra nuestra; y hemos creado sus senos manifiestos y su sexo enigmático.
La mujer es nuestro sueño, ¡oh hombres!, y ha nacido de nuestro sueño como las diosas y como las sirenas;
y ha tomado de nuestro sueño toda la ambigüedad.
Todo es en ella vago e impreciso; y nada hay en su cuerpo que tenga la medida, cierta y
eficaz, de nuestro puño cerrado, lleno de fuerza y plenitud.
La mujer es un sueño ante nuestros ojos profundos, y por eso se asemeja a tantas cosas su cuerpo desplegado;
por eso es comparable a las serpientes y a las grandes aves y a las ánforas
y a las liras; y por eso, cuando destrenza su cabellera, nos parece un prodigio.
Por eso es variable y distinta como un sueño; como un sueño de mediodía y de medianoche,
y también como un sueño matutino que roza ligero las sienes del durmiente; como un sueño
de adolescente distinto del que ciñe la frente de los hombres maduros con la gracia de un poniente sobre un páramo.
Por eso, ¡oh hombres!, cambia constantemente ante nuestros ojos y nuestro corazón; y por
eso su desnudez nos embriaga tan locamente como un sueño.

* * * * *

Guimel

En el silencio del crepúsculo canta así la sirena, la sirena terrible que ruge como un
tigre, y al eco de su canto, mi corazón se agita como un encarcelado.
Y como en un buque que va a zarpar, así quisiera embarcarse de nuevo en su inquietud
para surcar las calles de la inmensa ciudad.
En busca del amor de cada día, ¡nuevo y distinto, y prodigioso como un tesoro hallado!

* * * * *

Guimel

En busca de la dicha ignorada, que se persigue a través de las calles como se persigue
la fortuna sobre el tablero de un ajedrez; en busca de la dicha ignorada, que hace
describir, a través de las calles, círculos más extraños que los de un beodo.
Mi alma aguarda de nuevo el nuevo día, para consumirse de ardor y de impaciencia;
para seguir tras de los bell0s pies y echar sus redes sobre los corazones.
Para buscar de nuevo la huella perdida y girar de nuevo en la rueda de los tahúres y
las cortesanas; para arrojar de nuevo, en la tabla de la suerte, el dado de mi corazón.

* * * * *

He

Como un aventurero tras de la fortuna, tras del amor de este día que aún no me ha sido revelado y que acaso todavía
me aguarda.
Tras la mujer desconocida, cuyas caricias serían mías esta noche y colmarían esta noche
mi nostalgia.
Y en cuyos brazos reposaría tranquilo un momento, mientras cantaban las codornices
en la madrugada.