A José Iribarne
que ha gustado conmigo
el vino insípido y la carne áspera
Alef
Como cualquier hijo del hombre, también he entrado un día en la Casa del Placer.
La Casa del Placer es amplia y hospitalaria: en ella hay grandes toneles para los
bebedores y lechos para los indolentes, En su interior se está a maravilla.
Pero en la Casa del Placer hay una extraña costumbre, que no vi en parte alguna.
El que consume el vino, debe apurar también las heces; el que come el racimo,
debe comer también el escobajo, y el que ama a una mujer hasta devorar su carne,
debe cargar después toda la vida ya con su esqueleto.
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Bet
La Casa del Placer es una casa donde reina la mejor armonía y donde los
desconocidos viven más unidos que los hermanos.
Las más duras tareas se realizan allí sin rebeldía, y se consumen con placer los más
insípidos manjares.
Nunca resuenan voces irritadas ni restallan los látigos, y sin guardianes se mantiene
un orden más perfecto que el de las cárceles y los camposantos.
En la Casa del Placer cada uno cumple con gusto su tarea, y los más díscolos caracteres
se convierten en modelos de mansedumbre.
Los que en las casas de los padres rehusaron los platos sazonados, aquí roen alegremente
los huesos más duros, y los que esquivan el contacto de las castas esposas, aquí besan con
gusto los labios más hediondos; las espaldas más rígidas se curvan aquí llenas de gracia.
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Guimel
Durante mucho tiempo, yo he ido al mercado de las cortesanas y he aceptado el trato
inicuo que hombres y mujeres hacen sobre su carne.
Y he saboreado, sin repugnancia, el placer que se me ofrecía y como un hombre que
elige esclavas, así he sido entre las mujeres que se ofrecen.
Y he amado alegremente y sin temor a las mujeres desconocidas, y anónimas, todas semejantes como sus sexos
emboscados en una misma encrucijada.
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Lamed
¡Oh amigos! El amor de las cortesanas es triste y peligroso; y deja nuestras almas más hambrientas que antes.
Para nosotros, ¡oh amigos!, ellas tienen sus cuerpos manifiestos como grandes moles;
pero la puertecita de su ternura está cerrada para nosotros.
Nuestros brazos pueden ceñir del todo sus cinturas; pero nunca llegarán al hueco
pequeñito en que se esconde su corazón y de sus grandes senos no brotará jamás para
nosotros una gota tan sólo de dulzura.
En las noches de amor, calladamente, yo las he visto, ¡oh, hombres!, torcer sus ojos
bajo mis besos y espiar astutamente el instante de nuestro desmayo.
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Vav
Como se cansa uno de revolver los naipes, así yo me he cansado de desnudar cuerpos
de cortesanas.
Cuerpos de bronce o de mármol, sobre los cuales nuestros labios estaban siempre en la superficie y sobre los que éramos
como los que golpean murallas fortificadas.
Al fin, ¡oh amigos!, me he cansado de abrazar simulacros y de levantar pesos inertes.