Los espejos no cantan como antaño
y el espacio no es más que una lágrima
corriendo desde los ojos hasta el sueño
cuando nos dan una mala noticia
Como cuando se embarca la tristeza
en una discusión sin más razón de ser
que una súbita parvada de reflejos
a un cambio en la dirección del viento
llorando por una porción de realidad.
No fue el humo lo que nos hizo daño,
ni fue el licor, ni la melancolía
Fueron las palabras que dijimos
rodeadas por todos aquellos azulejos
que cantaban un blues en la neblina.